Movimiento de los Focolares

De la oscuridad al redescubrimiento del propio carisma

Abr 6, 2004

La experiencia de una hija de San Vicente de Paúl

   Una religiosa, in un momento de oscuridad, impresionada por la serenidad con la que otra hermana vivía su grave enfermedad, descubre el secreto: el amor a Jesús crucificado y abandonado, corazón de la Espiritualidad de la Unidad, de los Focolares. “Para mí –cuenta- es una conversión”. Redescubre la actualidad de su fundador: “Ante la miseria material y espiritual de su tiempo, San Vicente consagró su vida a la evangelización de los pobres que él llamaba “nuestros patrones”. En Jesús abandonado ella descubre el rostro del Señor transfigurado en la pobreza de hoy: en un barrio de mala reputación, en una comunidad al servicio de los drogadictos, entre los rechazados por la sociedad. Hay quien se acerca a Dios y “pasa de la muerte a la vida”, porque empieza a amar a los hermanos. Soy una Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl. La Compañía de la que formo parte fue fundada en el siglo XVIII por Vicente y Luisa Marillac. Conocí el Ideal de la unidad en un momento de oscuridad y de agotamiento, a través de una hermana que vivía la Espiritualidad. Le habían diagnosticado un  tumor cerebral, sin embargo ella permanecía serena y siempre abierta y dispuesta a amar. Durante la anestesia a menudo repetía: “Por tí Jesús, por ti”. ¿Dónde encontraba aquella fuerza? Descubrí el secreto: el abrazo a Jesús Crucificado y Abandonado. También yo quiero vivir esta aventura. Para mí es un momento de verdadera conversión: el Espíritu Santo quema el tormento que desde hace años quita a mi vida la frescura y la generosidad por Jesús. Dentro siento un deseo loco de amar. Empiezo a frecuentar el Focolar, participo en los encuentros donde encuentro la luz para vivir el carisma de mis fundadores. Me siento más libre, más alegre, más mujer, más Hija de la Caridad. El reglamento y la experiencia de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac me parecen más cercanos. Mi fundador, ante la miseria material y espiritual de su tiempo consagró su vida a la evangelización de los pobres que él llamaba “nuestros patrones”. Redescubro en Jesús Abandonado el rostro del Señor transfigurado en la pobreza de hoy. Si en el 1600 mis hermanas iban a evangelizar, curar, nutrir, vestir a los pobres, en las calles, en los campos de batalla, en las azoteas, en los hospitales, en las cárceles… Así hoy descubro la belleza y la actualidad de nuestro carisma viviéndolo en un barrio de mala reputación de Milán. En estos años redescubro cual es la forma en la que puedo contribuir a la realización del Ideal de la unidad: revivir a mi fundador para realizar la unidad. Años después me mandan a una comunidad al servicio de los drogadictos. Experimento la inseguridad y la absurdidad de abrazar esta realidad ante la cual me siento poco preparada e inadecuada. Me rebelo ante la idea de verme confinada a una casita de montaña, sin un papel o una actividad precisa. Pero es precisamente viviendo esta experiencia, aparentemente gris, que el Señor me libera de apegos y seguridades y renuevo mi “sí” a Jesús. De este modo Él me prepara para vivir otra aventura: me transfieren a un apartamentito en un barrio popular de Turín, caracterizado por la nueva pobreza: alcohólicos, dimitidos del hospital psiquiátrico, indigentes, ancianos, en otras palabras, los últimos, los rechazados por la sociedad. Tengo la fortuna de compartir la Espiritualidad de la Unidad con otra hermana. Viviendo con los pobres 24 sobre 24 horas encuentro a Jesús Abandonado a cada paso. Me enfrento con la desconfianza. La gente piensa que las monjas estamos allí para controlarlos y nos miran con desprecio. Pero ellos son “nuestros patrones”, en ellos reconocemos el rostro de Jesús. Poco a poco el amor los conquista. Los indigentes se convierten en nuestros primeros amigos. Nos interesamos por la vida de nuestros vecinos y abrimos la puerta de nuestra casa a todos. Ciertamente, no siempre es fácil, a veces nos entra la impaciencia, la incomodidad, la repugnancia y el desaliento ante la ingratitud o las pretensiones y exigencias de los más pobres. Pero abrazando el dolor, Jesús abandonado, vuelvo a encontrar la capacidad de amar y la alegría de vivir aquello que San Vicente pedía a las Hermanas de la Caridad: “Los pobres son tus patrones, patrones terriblemente exigentes. Más desagradables e injustos serán, más tendrás que amarlos”. El amor recíproco con la otra hermana genera la presencia de Jesús en medio (cf. Mt. 18, 20) y nuestra casa se convierte en un punto de referencia para la gente del barrio, para un grupo de jóvenes que quieren compartir nuestra actividad caritativa. Algunos se acercan a Dios haciendo la experiencia de la Palabra: “Hemos pasado de la muerte a la vida porque hemos amado a los hermanos”. Y algunos entienden que Dios los llama a seguirLo. Durante el invierno nuestra casa se abre también a los emigrantes que de lo contrario vivirían a la intemperie; algunos son musulmanes. Se quedan estupefactos ante el desinterés, el amor concreto y el respeto con el que nos acercamos a ellos. Chiara Lubich nos enseña a amar “haciéndonos uno”. Durante el período del Ramadán les hacemos encontrar un paquetito de comida, para que después del ocaso tengan algo para comer. También los gitanos se vuelven amigos nuestros; nos encontramos con los niños de las caravanas para prepararlos a los sacramentos y con los adultos para darles a conocer que Dios los ama. El año pasado la redimensión de nuestra Congregación me lleva a transferirme a otra parte, pero la experiencia de unidad vivida sigue abriendo otros ambientes. Regreso a Milán y experimento el dolor de dejar el grito de tantos pobres con quienes he compartido mi vida en estos años. Experimento así la frase de Chiara: “Todo desapego del bien que he hecho es un aporte para edificar a María” y repito: “por ti, Jesús”, que ahora sigo descubriendo en el rostro de los nuevos hermanos que me pone al lado. De este modo comprometiéndome a encarnar con la vida el carisma que San Vicente dejó a la Iglesia, trato, en unidad con toda la Obra de María, de realizar el testamento de Jesús: “Que todos sean uno”. Esto me da un nuevo ardor y la aventura continúa con nuevos hermanos en quienes redescubro Su Rostro”. (Hna. R.R.)

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