El 4 de octubre inicia en tan esperado Sínodo sobre la familia, que tendrá lugar después de aquél extraordinario del año pasado, donde se prepararon las bases. También esta vez el Papa quiso hacer preceder al Sínodo una vigilia de oración “para que el Espíritu Santo ilumine a los Padres Sinodales y los guíe en su comprometedora tarea”. Por eso, la noche del 3 de octubre, en la Plaza San Pedro, estaban realmente todos: parejas de esposos, niños, novios, abuelos, tíos, primos, religiosos, otras personas… todos vinieron para unirse en oración al Papa Francisco. Muchos venían de lejos, pero todos eran protagonistas, precisamente porque cada uno, desde el inicio, se ha sentido involucrado en la reflexión que ha preparado estas dos cumbres sinodales. De hecho hasta ahora no había sucedido que al convocar al Sínodo un Papa quisiera hacer una doble consulta popular, como queriendo decir que las paredes del aula sinodal tienen que ensancharse para escuchar a quien vive en primera persona la experiencia familiar o de cuantos, incluso en el anonimato, se hacen cargo de que la familia tenga todo el apoyo que necesita en cuanto es un bien de la creación. Cada uno de los participantes tenía una lámpara encendida: eran muchas pequeñas luces que juntas iluminaban simbólicamente el horizonte de todas las familias. De esas que con renovado vigor caminan todos los días siguiendo la estela de su designio originario, y de aquellas que se encuentran sumergidas en la oscuridad porque ya no creen más en el amor. Eran muchas luces para decir a todos que el ‘por siempre’ en Cristo es posible. Que la gracia del sacramento del matrimonio cura toda incapacidad de amar y dona a los cónyuges un espléndido tesoro: la presencia de Jesús en su casa. La oración se alternó con cantos – ofrecidos por varios conjuntos, entre los cuales el de los Focolares- y testimonios de familias: una forma diferente de rezar, pero igualmente significativa y sagrada. Poniendo también así en evidencia la belleza de la familia, la que a menudo surge de una fatigosa cotidianidad caracterizada por la gratuidad, la ternura, el perdón, la única que puede dar la verdadera alegría. Al compartir estos testimonios de vida se hacía evidente el don que la familia representa para el mundo siendo una vía privilegiada para ofrecer un nuevo anuncio del Evangelio. “Oremos, pues, –invocó el Santo Padre– para que el Sínodo sepa valorizar y proponer todo lo bello, bueno y santo que hay en ella; abrazar las situaciones de vulnerabilidad que la ponen a prueba: la pobreza, la guerra, la enfermedad, el luto, las relaciones laceradas y deshilachadas de las que brotan dificultades, resentimientos y rupturas”. Recemos, prosiguió el Papa, “para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella, en la disponibilidad a reconocer siempre su dignidad, su consistencia y su valor, no obstante las muchas penalidades y contradicciones que la puedan caracterizar”. Francisco también auguraba que se pueda ofrecer la consistencia de “una Iglesia que es madre, capaz de engendrar la vida y atenta a comunicar continuamente la vida, a acompañar con dedicación, ternura y fuerza moral. Porque si no somos capaces de unir la compasión a la justicia, terminamos siendo seres inútilmente severos y profundamente injustos”. Algunos fundadores y presidente se Movimientos ofrecieron una panorámica iluminada de la familia según el propio carisma: Kiko Argüello del Camino Neocatecumenal, Salvatore Martínez de la Renovación Carismática, María Voce de los Focolares, Julián Carrón de Comunión y Liberación, Matteo Truffelli de la Acción Católica Italiana. María Voce, trazando el perfil de familias que deciden caminar con el Resucitado, afirmó que también ellas, como los discípulos de Emaús, «sienten que es su corazón se enciende la alegría típica de la presencia de Jesús, experimentando sus dones: la unión con Dios y entre ellos, laluz, el valor, el impulso misionero». «Es más – siguió diciendo la presidente de los Focolares – será Jesús presente en medio de ellos quien hablará al corazón de cuantos encontrarán, reencendiendo en ellos la esperanza». «El Papa – prosiguió María Voce – anima a las familias a tomar la iniciativa y llevar el don que son a la comunidad. También nosotros queremos acoger este desafío y hacerlo en colaboración con las parroquias y los otros Movimientos y asociaciones, sobre todo acogiendo a los refugiados que tocan a las puertas de nuestro corazón. Las familias cristianas tienen confiado el mandato de la convivencia humana regenerada por la misericordia. Ellas pueden mostrar a la humanidad la ternura y la fuerza del amor de Dios y así, como dice el Papa, escribir cada día una página de historia sagrada, no sólo de esas escritas en los libros, sino de esas que permanecen eternamente en el corazón del Padre».
Favorecer la comunión
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