«El año pasado tuve el gusto de participar en un taller de Economía de Comunión en Loppiano. Allí se me abrieron los ojos. Hasta ese momento estaba proyectada en entender “qué hago”, sin plantearme la pregunta “quién soy”. Entendí que el trabajo es una vocación, por lo tanto, tenía que encontrar mi vocación, lo que me haría feliz. Estaba terminando micarrera universitaria en ingeniería biomédica. En octubre de 2013 me gradué en el Politécnico de Turín, luego de haber elaborado mi tesis en el Politécnico de Lausana en Suiza. Pasé cinco años dentro del Politécnico, con ocho horas diarias de clase. Estudiaba de noche y pasaba jornadas enteras sin entablar relaciones auténticas con los colegas. En ambientes de una cierta fama, el individualismo es muy fuerte, así como el temor a ser superados. También los profesores transmiten la “ansiedad de ser los primeros”. Luego de tantos sacrificios, estaba a punto de graduarme a tiempo e inclusive con la máxima calificación. Tenía muchas probabilidades de ganar una beca para hacer un doctorado en Suiza con un buen sueldo, una casa cerca del lago y buenos amigos que me esperaban. Era un momento fundamental de mi vida, en donde podía optar por grandes cosas. Sin embargo algo me asustaba: el apego a la carrera, al dinero. Deseaba tener las herramientas para poder empezar a trabajar, diría, “en contra de la corriente”. En tiempo de crisis, para muchos jóvenes como yo, es difícil encontrar trabajo y yo no quería encerrarme en mi carrera sin volver a ver a nadie. De manera que llegué al taller de EdC con un montón de preguntas en la cabeza. No encontré todas las respuestas, pero sí un clima de apertura, en el que empresarios, profesores y jóvenes estaban todos juntos, en posición de igualdad, mirando los desafíos de la Italia de hoy. Entendí que ese montón de dinero hubiera sido el primer obstáculo para mi felicidad, que para mí consistía en otra cosa. Tuve la confirmación cuando fui a Filipinasantes de empezar el doctorado,: ¡desde que estaba en el avión supe que había ganado! Se trataba de un viaje social que ya había organizado, en el que pude palpar una cultura muy distinta de la mía. En noviembre de 2013, viví el tifón más fuerte del mundo, el tifón Yolanda. El pueblo filipino, aunque a menudo ha sido sacudido por tragedias de este tipo, conservaba esa dignidad que también yo sentía… ¡lo tenía todo para ser feliz! Entendí la diferencia entre “pobreza” y “miseria”. La “pobreza” es la que vi en Filipinas, la “miseria” es una pobreza sin confianza, sin esperanza, que había percibido en los rostros de muchos amigos italianos como consecuencia de esta crisis. Aquí en Europa entran en juego la depresión y los psicólogos… Es verdad, la crisis existe. Pero tenemos un techo y comidatodos los días. La dignidad que descubrí en Filipinas es una lección que será muy útil para mi carrera laboral. Es por esto que renuncié a mi carrera en Suiza y ahora trabajo en Loppiano, en una empresa que adhiere al proyecto de Economía de Comunión y que surgió para formar a los jóvenes no sólo a nivel relacional-social, sino también a través del trabajo. Aquí, donde no existen máquinas automáticas, no me desempeño como ingeniera, sino como obrera. Trabajo la arcilla con mis manos. Y siento que, para ser una buena ingeniera, después de haber pasado años metida en los libros, importantes necesario también ponerme del lado del obrero. De pronto a alguien le parecerá que estoy perdiendo el tiempo, pero yo quisiera ser esa ingeniera que, cuando mira a los obreros, sabe que está mirando a personas que tienen su dignidad, y las considera el centro de su trabajo». (María Antonietta Casulli, 25 años, Italia)
Confiar en el amor de Dios
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