Movimiento de los Focolares

El encuentro con el dolor

Abr 14, 2017

Klaus Hemmerle (1929-1994), obispo emérito de Aachen (Alemania), propone “4 pasos” para reconocer y acoger en cada dolor el rostro de Jesús en su abandono.

20170414-01Primer paso: predisponerse En la mañana, así como es posible al despertar,   a mime dispongo así: “Hoy Lo quiero esperar”. No sé qué me traerá la jornada pero sé que, de forma imprevisible, Jesús abandonado vendrá a mí: en las dificultades, en las desilusiones, quizás incluso en mis faltas, en noticias malas o dolorosas. Le declaro que Él puede venir tranquilamente, que lo espero. Segundo paso: reconocerlo Durante el día encuentro, casi siempre distinto de lo que esperaba, lo negativo a mí alrededor y en mí. En ese momento es importante reconocerlo enseguida y sin titubeos. No existe necesidad o culpa en la no esté presente Él en su abandono: de esta forma cada dolor es un “sacramento suyo”, y lo que importa es reconocer, dentro del signo de este dolor, su rostro de Crucificado y Abandonado y, amando, adorarlo enseguida. Tercer paso: llamarlo por su nombre Al encontrarLO, no sólo registro algo, sino que Lo observo, Lo saludo. Lo llamo por su nombre. Y el hecho de darle un nombre a cada rostro de Jesús abandonado es un ejercicio precioso, es mucho más que un reconocimiento superficial. Ya no es “una cosa” sino un “Tú”. Precisamente así cada una de mis acciones se vuelve contemplación. Cuarto paso: celebrar Preparar una fiesta a Jesús abandonado. Con esto quiero decir acogerlo, no sólo no titubear, como si se tratara de un hecho inevitable, o como cuando se recibe a alguien que, aun siendo amigo, aparece inoportunamente. En cambio quiero que Él no se quede sentado en la sala de espera ni siquiera un instante, sino quiero acogerlo enseguida, como centro de mi amor, de mi alegre disponibilidad. Éste es el paso (pasaje) del dolor al amor, del abandono a la Pascua. Solo quien ama así al Abandonado dará alegría al mundo. La fiesta que nosotros preparamos al Abandonado es ese día de fiesta que no conoce el ocaso, porque su sol, el Amor, no se oculta nunca. Klaus Hemmerle Publicado en la Revista Gen’s 36, Roma 2006, n. 1, p. 3.

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