«La decisión de papa Ratzinger del pasado 11 de febrero me parece que nos ha ofrecido un extracto de su reflexión teológica y espiritual. Antes que nada porque ha puesto en evidencia la primacía de Dios, de que la historia está guiada por El. Y además, nos ha encaminado a captar los signos de los tiempos y a responder a ellos teniendo el valor de optar por acciones sufridas, pero que sepan de innovación. Con una clara nota de esperanza porque tenemos «la seguridad de que la Iglesia es de Cristo».
Pero ¿a qué tipo de Iglesia Benedicto XVI miraba? ¿Por amor de qué Iglesia ha dado un paso de tal envergadura? Pienso que no me equivoco si digo que ha indicado la “Iglesia-comunión”, fruto del Vaticano II pero también como perspectiva a alcanzar, «que sea cada vez más expresión de la esencia de la Iglesia», como ha subrayado papa Ratzinger también al final de su pontificado.
Un “cada vez más”, que significa que todavía no hemos alcanzado del todo esa meta. ¿Cuál debe ser pues la dirección a tomar?
La Iglesia, ya se sabe, existe para el mundo. Por eso, frente a las exigencias de una reforma ad intra, me parece que deba empezar mirando fuera de sí misma, hacer más intenso el diálogo con la sociedad. Ese contacto vital le permitirá hacer escuchar su voz clara siendo fiel al Evangelio y al mismo tiempo escuchando las instancias de los hombres y mujeres de esta época. El resultado sería encontrar nuevos recursos y una insospechada vitalidad también en su interior.
Hará falta insistir ciertamente sobre el diálogo ecuménico, sobre el importante tema de la unión visible entre las Iglesias, tratando de llegar a definir la fe y la práctica eclesial de manera aceptable para todos los cristianos.
Desearía además una Iglesia más sobria, ya sea en relación a la posesión de bienes como en las expresiones litúrgicas y en sus manifestaciones; propondría una comunicación más fluida y directa con la sociedad contemporánea, que haga posible a la gente relacionarse con ella con más facilidad, y una actitud de mayor acogida también en relación a quien piensa de otra manera.
Universalidad y apertura a los diálogos serán pues dos notas que deberán ser recogidas por el nuevo papa. Para que pueda responder a estos enormes desafíos, imaginamos que tendrá que ser un hombre de profunda espiritualidad, unido a Dios para recibir del Espíritu Santo las soluciones a los problemas, ejercitando constantemente la colegialidad, involucrando también a los laicos, hombres y mujeres, en el momento de pensar y actuar de la Iglesia.
A nosotros nos toca trabajar con nuevo sentido de responsabilidad. Se trata de suscitar estímulos creativos en diferentes niveles. Pienso en la economía que saldrá de la crisis solamente si se pondrá al servicio del hombre; en la política, que debe volver a ser creíble volviendo a ser “vida común en la polis”; en la comunicación, que debe ser promotora de unidad en el cuerpo social; pienso también en la justicia, en la apertura hacia quien se equivoca, quien sufre por las llagas de la explotación, hacia quien ha sufrido por los errores de otros hombres y mujeres también de la Iglesia. Pienso en aquellos que se sienten excluidos de la comunión eclesial, como son las “nuevas uniones”. También estas personas forman parte de la Iglesia, porque Cristo que la ha fundado ha muerto en la cruz para sanar toda división.
Se trata de hacer brillar su verdadero rostro. Por eso he invitado a todos aquellos que han hecho propio el espíritu del Movimiento en todo el mundo a un nuevo “pacto” que haga crecer en todas partes la escucha, la confianza, el amor recíproco en este tiempo de espera, para que en la unidad y en la colegialidad la Iglesia pueda elegir a aquel papa del cual también la humanidad siente la necesidad».
Fuente: Zenit
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