Foto: CAFOD Photo Library
Atenas: en el campamento de refugiados del Pireo viven 4.500 emigrantes
, sobre los 53mil que se cuentan hoy en Grecia y en las islas. Es un campamento “informal”, que se sostiene sólo gracias a la actividad de los voluntarios. Lo visitamos, en el contexto del proyecto “Periodistas y Migración”, acompañados por una de ellas, Elena Fanciulli, de 23 años, de la
asociación Papa Juan XXIII. Está en Atenas, desde diciembre, desde cuando terminó los estudios en Ciencias para la Paz. La joven italiana ha visto cómo la situación ha evolucionado rápidamente.
«En enero, cuando vine al Pireo por primera vez, mi tarea era esperar la barcaza, para recibir a los inmigrantes y darles un poco de comida. Bajaban y rápidamente tomaban el autobús para Idomeni y otros campos en la frontera; Grecia no era su destino final. Desde que se cerraron las fronteras a principios de marzo, el Pireo se ha transformado en un infierno terrestre. No hay servicios sanitarios suficientes, no hay duchas, los niños están descalzos, están vestidos con ropa de hombre y tienen que levantarse los pantalones cuando caminan… La comida es otro problema. Lamentablemente a menudo se echa a perder. De hecho, siendo un campamento informal, no hay coordinación, se corre el riesgo de que mucha de la comida que dan los atenienses se pierda. Todo lo que hay en el Pireo es donado. A pesar de que es un infierno, existe quien trae un poco de Paraíso».
¿Qué perspectivas tienen las 4.725 personas que están en el Pireo desde hace más de un mes? «El número de refugiados tiene que llegar a cero. Estamos a las puertas de la estación turística y los emigrantes –para dejar libre el área del puerto donde desembarcan los cruceros turísticos- serán llevadas a otros lugares. No hay perspectivas. Grecia corre el riesgo de convertirse en un gran campo de refugiados abierto. Aquí hay sobre todo sirios, pero también afganos, iraquíes, iraníes, y después en varias cárceles de Atenas hay marroquíes y argelinos, que por lo general llegan sin documentos y en su mayoría emigran por motivos económicos».
Distribuir la ayuda y jugar con los niños – «A veces es suficiente con un lápiz y una hoja de papel, una pelota o un hula-hoop para hacerlos sentirse mejor», explica Elena – además de la Asociación Juan XXIII, están la
ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados) los
Mensajeros de Paz, la
Cruz Roja, los
Pampeiraiki, los
Focolares. «Pero – subraya Elena – la organización funciona en red, no hay ningún responsable. Las asociaciones, al igual que las iglesias, están comprometidas aquí porque es sobre todo en los campamentos informales donde hay más necesidad».
Para gerenciar la coordinación de los refugiados, las varias asociaciones se reúnen semanalmente con la ACNUR. En su
portal se pueden encontrar los datos actualizados de las llegadas y la distribución de los emigrantes. A la parte técnico-legal se suma, cuando es posible, aquella humana y espiritual: «Una vez al mes nos reunimos con las asociaciones católicas en el
Centro Arrupe de los Jesuitas. Es un momento para coordinar, pero también para orar y para apoyarnos. También nosotros sentimos el sufrimiento, tenemos necesidad de escucha, de desahogarnos. De sacar nuestros temores, lo que pensamos del futuro, decir cómo pensamos mejorar. Si un día el voluntario se cansa, aquí no come nadie, no se viste nadie. El voluntario es necesario porque es el único recurso».
«Aquí hay gente deprimida, con los ojos apagados, descalza. Y es gracias a la humanidad de tantos griegos que se sigue adelante. Los doctores los puedes encontrar –gratis- a las 3 de la mañana. Este es el punto de vida de la parte baja de Europa, donde hay mucha gente comprometida»
¿Qué te impulsó a hacer esta experiencia? «Después de graduarme llegó el momento de poner en práctica lo que había aprendido. Por eso decidí salir de mi casa. Una amiga me aconsejó la Asociación Papa Juan XXIII. Tuve sólo el tiempo de hacer el
Curso Misiones que te prepara para estar en el campo y manejar tus propias emociones, y después de una entrevista me vine. Había solicitado ir a un lugar del mundo que cambiara mi vida y confirmara mis estudios. Pensaba América Latina, pero en cambio me aconsejaron Grecia, que está en el ojo del huracán en este momento. Ahora estoy aquí y hago lo que puedo. Lo intento, entre muchas lágrimas durante la noche antes de dormir, y esperando no quedar aplastada por la situación. Estoy consciente de que mi aporte es sólo una gota. Pero quizás también yo tengo necesidad del pobre, del encuentro con el otro».
Maria Chiara De Lorenzo
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