Una amiga enferma «A nuestra amiga Lía, que tiene hijos aún adolescentes, le diagnosticaron un tumor maligno. Toda la comunidad estuvo muy cerca de ella con una cadena de oraciones y gestos de solidaridad. Una vez a la semana nos reuníamos en el templo para hacer una hora de adoración y pedir por ella el don de la curación. Tratábamos de entender cómo poder aliviar esos días de dolor. Pusimos en marcha varias iniciativas. Algunos preparaban la comida, eligiendo con cuidado los alimentos más adecuados para Lía, otros ponían en común el dinero para pagar las medicinas. Pequeños hechos que le permitieron no sentirse sola, sino parte de una comunidad. Cuando la salud se lo permitió, donó también su testimonio en algún encuentro de la comunidad. Al terminar el ciclo de quimioterapia, había desaparecido cualquier rastro de tumor. Para nosotros fue la respuesta a nuestras oraciones y a nuestro compromiso de amarla y servirla de manera privilegiada». (C.V. – Brasil) A pesar de las injusticias sufridas «Después de la muerte de mi esposo, tuve que soportar graves humillaciones por parte de sus familiares, quienes querían quitarme la única habitación en la que siempre vivimos. Un cuñado, en especial, a pesar de ser el padrino de uno de nuestros cuatro hijos, empezó a crearnos un sinnúmero de problemas. Inesperadamente este cuñado se enfermó. Cada vez que tenía una crisis, yo corría a comprarle las medicinas para aliviar sus dolores y se las llevaba. Los vecinos me preguntaban: «¿Por qué lo haces, después de todo el mal que recibiste?», y yo les contestaba que para mí amar quería decir ponerse al servicio. Después de algunos días, mi cuñado falleció y yo me quedé ahí, consolando a su mujer, ayudándola en los quehaceres de los que antes se encargaba su esposo. Más tarde ella me agradeció públicamente. Ahora ella vive con nosotros y somos realmente una sola familia». (R.P. – India) El experto en hongos «Mientras paseaba en el bosque para recoger hongos, entreví a un hombre acostado en el suelo. Me le acerqué y lo ayudé a levantarse. Temblaba. Me indicó el lugar donde vivía, un contenedor todo oxidado entre los árboles. Traté de recostarlo en una especie de cama. Luego volví varias veces a visitarlo y le llevaba comida y medicinas. Él era un gran experto en hongos y vivía gracias a su venta. En el tiempo que pasamos juntos, me enseñó dónde encontrar los mejores y cómo descubrirlos. Luego empezó a contarme de su vida, los fracasos económicos, el abandono. Un día lo encontré con fiebre alta, lo hice hospitalizar, pero sus condiciones eran graves. Me dijo: «Ya sabes todo de mí, pero lo más importante es que siempre tuve fe en Dios. El haberte encontrado fue un signo Suyo». Entonces me indicó que tenía un dinero escondido y me encargó que lo tomara y lo entregara a los necesitados. Ahora, cada vez que voy en búsqueda de hongos, pienso en él como en un ángel que me guía». (R.S. – Polonia)
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