El cliente Dirijo una agencia bancaria. Una noche, saliendo de la oficina, llevaba el peso de un gran problema que no había resuelto. Se refería a un cliente que se había comportado mal con su cuenta corriente. Entreveía dos posibles soluciones que me hacían sufrir: dañar gravemente al cliente, iniciando un proceso legal, o correr el riesgo de no asumir mi deber. Me había dado cita con mi esposa para regresar juntos a casa. Normalmente trato de liberarme de mis pensamientos, pero esa noche no lo logré. Ella lo percibió enseguida y me dijo: «¿Hoy fue un día pesado, verdad?». Empecé a contarle. Mary no conocía mucho sobre la problemática del banco, pero me escuchaba atentamente, en silencio. Después de contarle todo, me sentí aliviado y confiado. El problema seguía allí, pero ahora no era sólo mío. Al día siguiente empecé a vislumbrar una tercera solución, que me permitía, respetar mis funciones y no hacerle daño al cliente. (G. K. – Inglaterra) Problemas de oído Mis parroquianos me animaron a que fuera a consultar a un especialista porque estaba teniendo serios problemas de oído. Después de preguntarme de cuál orden religiosa era, empezó a enumerar sus rencores contra la Iglesia por todas las incoherencias y contradicciones que lo habían hecho perder la fe. Lo escuché con amor, me daba cuenta de que me encontraba ante una persona que no se contentaba con un cristianismo superficial. Por mi lado le contesté que no tenía más argumentos para defender a la Iglesia que una vida coherente. Y agregué: «Dios nos ama así como somos». Él me pidió mi dirección y teléfono. Vino a visitarme esa misma noche. Me contó que había estado en el seminario hasta los 18 años hasta que le pareció que el marxismo respondía mejor a aquello que buscaba, pero ahora estas certezas se habían resquebrajado. Unos días después me contó que había entrado a una iglesia, le pareció que Dios le decía: «Yo no te he abandonado nunca». Ahora ha vuelto a los sacramentos junto con su esposa. (P. G. – Italia) Despido En la fábrica distribuyeron algunas cartas de despido entre las cuales una iba dirigida a Giorgio. Conociendo su precaria situación económica me acerqué y lo invité a que fuéramos juntos a la oficina de personal: «Yo estoy mejor que él –declaré-, mi esposa tiene trabajo. Mejor me despide a mí». El jefe prometió que iba a volver a revisar el caso. Cuando salimos, Giorgio me abrazó conmovido. Naturalmente el hecho pasó de boca en boca y otros dos obreros, más o menos en mis mismas condiciones, se ofrecieron a cambio de otros dos despedidos. La dirección se vio obligada a revisar su método para decidir un despido. Habiendo sabido el hecho, el párroco lo contó durante la homilía de la misa, sin decir nombres. AL día siguiente me hizo saber que dos estudiantes habían ido a llevarle sus ahorros para los obreros que estaban en necesidad, declarando: «También nosotros queremos imitar el gesto de ese obrero». (B. S. – Brasil)
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