«El milagro de la casa de Nazaret se repite, de alguna manera, en cada casa de cristianos, si ésa «genera» a Cristo entre los hombres. «Iglesia doméstica» es como el Concilio define a la familia, e Iglesia significa convivencia en el amor, y por lo tanto en Dios; convivencia en cuyo centro está el Señor. Si se parte de esta consciencia, la casa – cada casa cristiana – se convierte en una germinación de nueva vida moral y física para la sociedad y al mismo tiempo en un «hogar» es decir una central de calor para vivificar el ambiente. Como nos enseña el Concilio: «De la salud y la plenitud de vida espiritual de la familia, dependen la vida física y moral de la humanidad, y aún más la real expansión del Reino de Dios». Así – dice Pablo VI – «por medio del matrimonio y de la familia, Dios ha unido sabiamente dos de las mayores realidades humanas: la misión de transmitir la vida y el amor recíproco y legítimo entre el hombre y la mujer». Jamás un poeta elevó el amor conyugal hasta alturas más sublimes. Aquí realmente la religión de Cristo se expresa también como poesía, poniendo a la familia en el centro – en la fuente – de la socialidad. Hay vida si hay amor, primera condición de la unión matrimonial. Si los esposos se aman, son «los cooperadores del amor de Dios creador y son sus intérpretes», dice el Concilio. Si saben esto, ellos, casándose, se disponen a cumplir un mandato de sacerdocio real, un misterio grande, como lo define San Pablo. Amándose, se santifican; se intercambian Dios, quien es amor. Y lo testimonian. Si dos esposos se aman, es signo para la gente de que ellos son realmente cristianos y viven la vida de Dios. El mundo antiguo se convirtió viendo cómo los cristianos, empezando por su casa, se amaban. Se amaban; por lo tanto su religión era verdadera, y Dios estaba presente en ellos. Amándose, los esposos logran su felicidad y fabrican su santidad. La casa se convierte en templo, se convierte en Paraíso. En el amor está el secreto de la fuerza de las familias, de su concordia; y allí está la solución de las dificultades de la existencia. Faltando el amor, fracasa, con la familia, la misma existencia. Así la santidad se revela salud del espíritu, que actúa también en lo físico, mientras que también rebosa, como ola pura de sanación, en la órbita de toda la sociedad. De un hogar cristiano nace el pueblo de Dios».
Confiar en Dios
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