«En medio de juegos, a la sombra de las coníferas, bajo las rocas, Chiara a los suyos les hablaba siempre de Dios, de la Virgen, de la vida sobrenatural: la sobre-naturaleza era su naturaleza. Convivía siempre con el Señor: efecto de la caridad, que la edificaba completamente, molécula por molécula. Y entonces, cuando iban a los campos, esas selvas alpinas se transfiguraban en catedrales. Esas cimas parecían cumbres de ciudades santas, flores y prados se coloreaban de la presencia de ángeles y santos: todo se animaba en Dios. Se derrumbaban las barreras de la materia. Ésta también era una forma de aquella reconciliación de lo sagrado y lo profano, por la cual, eliminado lo feo, el mal, lo deforme, se recuperaban de todas partes los valores de la belleza y de la vida de la naturaleza, en todos sus aspectos. Los discursos y las obras de ella, resultaban ser frecuentemente un desalojo de escombros mortuorios para restablecer la comunicación, de por sí tan sencilla, de la naturaleza con la sobre-naturaleza, de la materia con el espíritu, de la tierra con el cielo. Una duplicación de los valores de la existencia en la tierra; la apertura de un pasaje hacia el paraíso. Era el verano de 1949. Ese descanso había sido posible gracias a una casita en Tonadico de Primiero, que Lia [Brunet] había recibido en herencia. En el mes de julio subieron allá Chiara [Lubich], Foco [Igino Giordani] y las focolarinas, para pasar unos días de vacaciones, estar un poco solas y descansar físicamente, después de los trabajos, realizados durante el año, para los pobres y para sí. La casita estaba compuesta por un granero superior, al que se accedía por una escalera de mano desde la planta baja, compuesta por una habitación con una pequeña cocina. Arriba se ubicaron algunos catres y un armario que se subió con una polea, y se transformó así en su dormitorio. Foco se hospedó en el Hotel Orsinger y tuvo ocasión de hablar en la sala de los Capuchinos. En esta iglesia, Foco expresó el deseo de vincularse estrechamente con un voto de obediencia que a Chiara, sin embargo, no le pareció conforme a los usos del focolar. Le propuso más bien un pacto de unidad, en el sentido que a la siguiente Comunión eucarística, sobre la nada de las almas, Jesús en ella pactaría con Jesús en él. Por la mañana, en la misa, al comulgar, los dos dejaron que Jesús pactara con Jesús. Fue, para ella, el inicio de una serie de iluminaciones». Igino Giordani, Historia del Movimiento de los Focolares, texto inédito.
Hacer sentir la cercanía
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