Hasta los 18 años viví una vida normal, entre la casa, la escuela, el deporte; alguna actividad parroquial, escolar y mis sueños. Pero un día, después de la retirada del ejército curdo, la resistencia no duró mucho y mi ciudad, Qaraqosh, se rindió. El así llamado Estado Islámico (ISIS), tomó posesión y destruyó todo. Ocupada durante dos años por las banderas negras del ISIS, mi ciudad natal fue denominada la capital del ISIS por la Plana de Nínive. Qaraqosh era la ciudad cristiana más importante de Iraq. Contaba con más de 60 mil habitantes, y aunque fue liberada en octubre del 2016, ahora es una ciudad fantasma. Pero ahora volvamos atrás. El 6 de agosto de 2014 tuvimos que dejar nuestra casa sin tener el tiempo de preparar las maletas, sólo con la ropa que llevábamos puesta. De hecho nos pusieron frente a una decisión: volvernos musulmanes, pagar un rescate o que nos cortaran la cabeza. ¡Tuvimos la fortuna de salir con vida! Desde ese momento empezó una dura aventura. Me preguntaba si lo que estaba sucediendo era para destruirnos, para exterminar a nuestro pueblo. Dentro de mí había una mezcla de sentimientos: rabia, resignación y desesperación; hasta llegué a preguntarme por qué Dios podía permitir que viviéramos una prueba tan dura. Sin embargo fue una lección importante para mi vida que me llevó, no sin esfuerzo, a hacer un gran descubrimiento. Primero fuimos al Kurdistán iraquí junto a una multitud de refugiados que caminaba a pie… Todavía veo las lágrimas, los soldados, las personas que dormían por la calle… El camino para llegar a Erbil que normalmente se recorre en media hora, debido a los numerosos bloqueos y a pesar de tener la fortuna de tener automóvil lo hicimos en 12 horas. Proseguimos hacia Dohuk, donde estuvimos alrededor de 2 meses. Fue un período doloroso vivido con la esperanza de regresar a casa. En esos momentos difíciles, entendí que si me quedaba encerrado en mi sufrimiento nada cambiaría y yo no lograría ir adelante. Entonces decidí vivir el momento presente, decidí tratar de dibujar una sonrisa en el rostro del hermano que tenía cerca, para cambiar algo, a pesar de todo. A mi lado, había fieles de la religión Yazidi que tenían más necesidad que nosotros. Es un pueblo que ha sido martirizado por el ISIS porque no ha tenido la posibilidad de huir: hombres asesinados y mujeres abusadas y listas para ser vendidas. Los que lograron escapar estaban en un estado penoso. Viví por ellos tratando de olvidar mis heridas para consolarlos. Después de los meses de exilio, mis papás decidieron ir a Francia, porque este país nos había tendido la mano. La decisión fue difícil: quedarnos en nuestro país en la incertidumbre del futuro, o aceptar el asilo y volver a empezar la vida en un nuevo país, con una cultura distinta, bien conscientes de los desafíos y las dificultades que nos esperaban, empezando por el idioma. Llegamos a Francia el 26 de octubre de 2014. Al inicio no fue fácil, pero nunca nos sentimos abandonados. Alguien se encargaba de nosotros y nos aclaraba el camino. Su mano imperceptible secó nuestras lágrimas y alivió nuestros sufrimientos. ¡Si Jesús murió por cada uno de nosotros! ¿Cómo responder a Su amor? Vivimos una sola vez. Nosotros jóvenes tenemos un potencial enorme, podemos cambiar el mundo. Ahora que esta dolorosa aventura me ha hecho descubrir que Dios es amor, que Él es quien da sentido a mi vida, quiero ser un constructor de paz, empezando por las pequeñas cosas.
Confiar en Dios
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