Movimiento de los Focolares

Jesús Abandonado: el Hombre-Mundo

Mar 25, 2016

Ante cientos de jóvenes de distintas partes del mundo reunidos en Rocca di Papa, Chiara Lubich transmitía, a la segunda generación de los Focolares, un punto clave de la espiritualidad de la Unidad: Jesús Crucificado y Abandonado. Era el 22 de julio de 1972.

 ©Ave Cerquetti, 'Lunico Bene' - Mariapoli Ginetta (Brasile) 1998

©Ave Cerquetti, ‘L’unico Bene’ – Mariapoli Ginetta (Brasile) 1998

Al inicio de los años ’70 el mundo se encontraba ya interconectado para el “irreversible encuentro entre los pueblos y las civilizaciones del mundo entero, gracias a una verdadera explosión de los medios de comunicación social y del inmenso desarrollo tecnológico”. Chiara Lubich, aun reconociendo lo positivo de esta novedad, advierte a los jóvenes que “no siempre el hombre de hoy está preparado para este encuentro”, a menudo desestabilizador, porque se piensa que el propio modo de pensar sea el único. Y les invita a no confundir los valores absolutos, vinculados a lo Eterno, con las propias estructuras mentales. Ante la pérdida de las certezas, Chiara propone a los jóvenes un modelo a seguir, una llave que les abrirá las puertas para la construcción de un mundo nuevo. “¿Cómo vivir entonces este terrible hoy, en el que parece que por un misterioso cataclismo los más altos valores se tambalean como enormes rascacielos que se doblan y se hacen añicos? ¿Existe una respuesta (…), un medio seguro a tener en cuenta para cooperar con los demás para engendrar el mundo que vendrá?. ¿Existe en la práctica un tipo de Hombre-Mundo que siente, que ha sentido en sí ese terrible terremoto que amenaza con no salvar nada de cuanto hasta ahora se había creído intangible? ¿Que casi duda que la misma verdad absoluta lo abandone a su propio destino, hundiéndolo en la mayor de las confusiones? ¿Existe este Hombre-Mundo que ha sabido superar tan enorme prueba, pagando así por un mundo nuevo que ha vuelto a encontrar en sí y ha generado para los demás? Sí, existe. Pero se intuye inmediatamente que este hombre no podía ser solamente un hombre, sino que tenía que ser “el Hombre”: es Jesús Abandonado. Su humanidad perfecta, pero también débil y sujeta al dolor y a la muerte, es símbolo de toda estructura humana que, aun en sus límites, ha logrado contener en diversas circunstancias algo ilimitado, como la verdad.  En la cruz, próximo a la muerte física y en el abandono, a su muerte mística, Jesús advierte el derrumbe de toda su humanidad, de su ser hombre; de su estructura humana, por decirlo de algún modo, y, en el culmen de ese derrumbe, el Padre permite misteriosamente que dude y que la presencia de Dios en Él, casi se desvanezca. Y por eso grita: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46) Pero precisamente en ese grito, Jesús, porque es Dios, tiene la fuerza para superar ese infinito dolor y da a su carne sufriente la potencia de la inmortalidad, insertándola resucitada en el seno de la Trinidad inmortal.    Y más aún, con este acto fenomenal de aceptación de la más espantosa destrucción que el Cielo y  la Tierra hayan conocido, Jesús da a los hombres la posibilidad de resucitar, en la otra vida, con la resurrección corporal y, en esta vida, con la resurrección espiritual – cuando amamos a Jesús Abandonado- de cualquier muerte, de cualquier destrucción en la que el hombre pudiera encontrarse. “Es Jesús Abandonado (…) el líder seguro para cada joven de este siglo.     Cuando se le ama, Él ofrece a quien le sigue el Espíritu de la verdad, del mismo modo que, después de su muerte en el Calvario, hizo descender sobre los apóstoles al Espíritu Santo”. Los jóvenes, afirma Chiara “siguiéndolo, encontrarán la posibilidad de no temblar frente a cualquier situación, más aún, podrán afrontarla con la seguridad de que toda verdad humana y el Reino de los Cielos, es decir, la Verdad, podrá encontrar -también por su contribución- las nuevas estructuras mentales a nivel mundial”. Y concluye: “A ustedes les corresponde acogerlo profundamente en su corazón como la perla más preciosa que hoy se les puede entregar para su alma, para los pueblos que aquí representan, pero sobre todo para ese mundo nuevo que tiene que ver a todos los hombres unidos. Para ese mundo nuevo que acogerá no a muchos pueblos sino al único pueblo de Dios”. Fuente: Chiara Lubich, Chiara a los Gen – 1970/1974, Ciudad Nueva, ed. 1975, págs. 69-80

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