El domingo 15 de noviembre, la “Christurskirche”, la casa de los luteranos en Roma, recibió al papa Francisco. Antes que él, en 1983 Juan Pablo II estuvo en esta casa siendo el primer Pontífice que entró en una Iglesia luterana y Benedicto XVI la visitó en 2010. «Somos una comunidad relativamente pequeña, de 500 miembros, protagonistas en primera línea en el campo ecuménico. Como parroquia estamos presentes en las distintas realidades de la ciudad, pero también en la propia familia, con los colegas del trabajo, con los vecinos de casa o como yo que vivo desde hace más de treinta años en una comunidad del Movimiento de los Focolares», cuenta Heike Vesper, quien se encontraba presente el domingo, junto con las focolarinas católicas que a menudo la acompañan a la liturgia dominical. «Un Papa “evangélico”», lo define Heike, «un pastor –el obispo de Roma- que dio un mensaje sobre el común testimonio de Jesucristo “sea en el idioma de los luteranos como en el de los católicos”, sobre la importancia de la vida y no tanto de la interpretación. Y con el corazón abierto nos confió lo que a él le gusta: encontrarse con los enfermos, visitar a los presos… El encuentro y la oración con el Papa fue nuevo en su estilo. Se podría decir que fue una lección sobre lo más importante entre los cristianos de diversas tradiciones: el diálogo, la escucha profunda, la confianza recíproca, las respuestas sinceras en la verdad, rezar juntos escuchando el Evangelio». El Pastor de la Iglesia Evangélica Luterana, Jens-Martin Kruse le dio una cálida bienvenida, recordando a las víctimas de los atentados de París: “Confiamos que Jesús ha vencido al mundo y por lo tanto, no nos dejamos condicionar por el miedo”, afirmó. “Mi hermano pastor nombró París – dijo el Papa- hay corazones cerrados. También el nombre de Dios se usa para cerrar los corazones”.
«Fue conmovedora la sinceridad y la libertad de Francisco – escribe Heike- Respondió como alguien que se pone en camino con los que están escuchando. Subrayó la importancia de seguir la conciencia, de vivir por el prójimo, y que con la fe y el servicio- es decir con el amor- caerán todos los muros». Fue un diálogo abierto que creó un clima de familia «cada vez más profundo y alentador». Le dirigieron tres preguntas a Francisco: qué significa ser Papa, cómo debe ser el compromiso cristiano hacia los necesitados y qué hacer para poder celebrar juntos la Eucaristía, la Cena del Señor, cuando marido y mujer son de iglesias distintas. «Los que se encuentran en esta situación – explica Heike- sufren mucho la división. No es fácil para el Papa responder. A pesar de que se han dado muchos pasos, aún quedan cuestiones teológicas abiertas referidas al magisterio, a la visión de iglesia, que impiden todavía una celebración en conjunto. El Papa indicó algunos posibles caminos para compartir la cena del Señor. Hizo referencia al Evangelio, a San Pablo: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4:5). Invitó a escuchar la propia conciencia, a dar mayor peso a la vida, al camino recorrido juntos, más que a las diversas interpretaciones. Sus palabras transmitieron paz y esperanza. También el regalo que trajo tenía una dimensión profética: un cáliz y una patena para la celebración eucarística». «El Evangelio era el del juicio final (Mt 23) que recuerda que seremos juzgados por el amor a los pobres y a los necesitados. Y el Papa recordó, a quien dice que “nuestros libros dogmáticos dicen una cosa y los de ustedes dicen otra cosa”, las palabras de un exponente luterano: “Estamos en la hora de la diversidad reconciliada”. Y concluyó: “Pidamos hoy la gracia de esta diversidad reconciliada en el Señor, de ese Dios que estuvo entre nosotros para servir y no para ser servido”.
Aprender y crecer para superar los límites
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