Un matrimonio da oficialmente la bienvenida a María Voce y a Giancarlo Faletti
Un oloroso pan y sal son los dones que Rusia ofrece a quien llega a esta tierra sin límites que se extiende desde Europa hasta Asia, del mar glacial Ártico al océano Pacífico. Alla y Valodia, de rojo y azul, colores tradicionales de los trajes típicos rusos, ofrecen el alimento a
María Voce y a Giancarlo Faletti, presidente y copresidente del Movimiento de los Focolares, dando así oficialmente la bienvenida de toda la comunidad del Movimiento.
Desde San Petersburgo hasta Krasnoyarsk llegaron a Moscú afrontando incluso viajes de 42 horas como para los de Celijabinsk quienes atravesaron en tren 3.500 km de estepas y bosques. El lugar que hospeda esta cita, definida por muchos como histórica, es la Catedral Católica dedicada a María Inmaculada. Convertida por el comunismo en una fábrica de embalaje de vodka, ahora, en cambio, es la sede del episcopado. Las heridas de la historia soviética todavía arden: Anatolij, entre los primeros ortodoxos que conocieron la espiritualidad de la unidad, tiene recuerdos muy vivos del socialismo y de sus intentos de borrar a Dios, mientras que Alla, más joven, recuerda la sangre derramada por cristianos ortodoxos para permanecer fieles a su fe.
Regina Betz (a la derecha) fueuna pioniera del Focolar en Rusia
Sin embargo en esta oscura cortina, que parecía impenetrable ante el mundo, las visitas turísticas de algunos focolarinos, el traslado de una familia húngara, los encuentros en el Occidente con algunos sacerdotes, hicieron que se difundiera silenciosamente la
espiritualidad de Chiara Lubich, precisamente en la tierra madre del comunismo.
Las historias de los pioneros son conocidas para muchos de los 200 presentes: es la primera vez que los miembros del Movimiento esparcidos en este territorio se encuentran. Hacen presentes los audaces detalles de las citas secretas, pero también los recuerdos de las persecuciones, contados por Oleg, uno de los seguidores del padre
Alexander Men`, asesinado en 1990. Men` había creado una pequeña comunidad de estudio del Evangelio, con gran apertura ecuménica y tantos de sus fieles se acercaron a la experiencia de los Focolares. Después, el descubrimiento de una espiritualidad evangélica que no se detenía ante las diferencias o la desconfianza entre las iglesias. El
Padre Vladimir, sacerdote ortodoxo de San Petersburgo, recuerda que sus «prejuicios hacia el catolicismo, se borraron ante el encanto de la vida espiritual del Focolar que no conocía fronteras confesionales y encarnaba el cristianismo, el amor recíproco en lo cotidiano». ¿Hoy, que la libertad impera y las iglesias vuelven a poblarse, mientras que el materialismo y la competencia económica conquistan cada día más terreno y personas,
Rusia tiene todavía una particularidad, un aporte para dar también a Occidente? María Voce responde a esta pregunta en medio de un denso diálogo con la sala, a partir de la historia:
«Rusia intentó construir una unidad sin Dios, intentó formar un pueblo de iguales, pero no lo logró. Esta nación lo puede decir al mundo, a partir de su experiencia, que sin Dios no es posible alcanzar esta meta y lo dice el drama del martirio de quien se resistió, algunas veces en forma fuerte, otras en el silencio, pero fue siempre martirio». Después pasó a una confidencia espiritual: «Llegando a Rusia me encontré sumergida en una unión profunda con Dios –cuenta la Presidente de los Focolares- y recordé una expresión, quizás estudiada en la literatura que decía: La santa Rusia. Me sentí llevada por esta vida de santidad que se respira en esta nación, en la historia de su cristianismo. Y entendí que el don para mí y para la humanidad que Rusia puede hacer es esta santidad, gracias también a los mártires, de todas las iglesias».En cambio, Giancarlo Faletti, refiriéndose al estilo de muchas iglesias ortodoxas, cuyas cúpulas son doradas, subrayó que
«Dios es el oro de la ciudad, de la iglesia ortodoxa y de la católica y es la garantía de este camino de comunión que en esta tierra tiene testimonios importantes». Era evidente la conmoción en tantos de los presentes, que pudieron dar un nuevo significado a los años oscuros, vividos, y al mismo tiempo advirtieron el reto de dar testimonio de la antigua y nueva “revolución” del Evangelio. Entre los compañeros de este reto está quien donó en este territorio sus fuerzas, entusiasmo, inteligencia, como
Eduardo Guedes, el focolarino portugués, que murió en enero pasado, recordado por muchos de los presentes: sin proclamas, en forma dócil dio testimonio de un Dios que no abandona y no olvida, y que siempre sabe acoger a los desheredados y a los potentes haciendo crecer en esta “santa Rusia”, el deseo de una santidad moderna y para todos.
De la enviada, Maddalena Maltese [nggallery id=39]
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