«Soy el padre Carlo, tengo 22 años de sacerdote en la diócesis de Milán. Hace algún tiempo dejé la comunidad pastoral y ahora me reparo para transferirme a la escuela sacerdotal internacional de los Focolares que tiene sede en Loppiano, donde permaneceré por tres años. En Milán he tenido contacto con muchas personas, sobre todo con chicos, dado que tenía el encargo de seguir los grupos que se preparaban para la Primera Confesión y la Misa de Primera Comunión.
Entendí que en la base de toda organización pastoral hay que vivir el amor al hermano, tratando de ver a Jesús en todos, desde el párroco hasta el chico musulmán que viene a jugar al oratorio. Podría contar muchos pequeños episodios que evidencian cómo esta atención a cada uno ha creado una densa red de relaciones muy bellas, que ha facilitado que muchos se acerquen a la fe haciendo más atractiva la comunidad también para quien no es creyente. Entre tantos elijo dos hechos sencillos.
Conocí a Emilio durante un taller dedicado al juego de ajedrez. De temperamento reservado, no estaba muy injertado con el grupo de compañeros. Para mi sorpresa, al final del taller pregunta si puede participar con nosotros en unas vacaciones en la montaña. Allí se integra cada vez mejor al grupo de los chicos, hasta dar prueba de su valor superando el “puente tibetano”: caminar por una cuerda, amarrado a un cable de seguridad a 6 metros de altura. Sus compañeros lo animan, coreando su nombre, y al final logra hacer todo el recorrido en medio de un aplauso general que le devuelve confianza. Al regreso del campamento sus padres me escriben para decirme que habían mandando un niño y del campamento había regresado un joven.
Después pienso en Eleonora. No estaba bautizada. Sus padres habían preferido que ella eligiera cuando fuera grande. La invita al catecismo el entusiasmo de María, una compañera de clase muy emprendedora quien para entonces tiene 10 años. Es así que llega Elenora acompañada con su mamá, quien le pregunta al párroco si su hija puede frecuentar el catecismo. Después de más o menos dos años, el párroco viendo la fidelidad en este camino, decide que ha llegado el momento, para ella, de recibir el Bautismo y hacer la Primera Comunión y me confía la preparación próxima a los sacramentos y el coloquio con los padres, quienes me abren el corazón con lealtad y franqueza.
Llega el gran día, Eleonora está radiante, acompañada por su familia y sus parientes. Hacemos todo lo posible para ofrecer la acogida más bella. La celebración es sencilla y muy intensa. Junto a la madrina y la catequista, están sus amigas que han sido muy importantes en su camino de fe. Cuando meses atrás me despido de la parroquia, sus papás me escriben una carta “recordando ese inolvidable domingo de abril. La alegría y la sonrisa radiante de Eleonora, que nos iluminó a todos nosotros creyentes y no creyentes, reunidos para festejar su ingreso a la comunidad cristiana, son para nosotros la imagen imborrable de la fe que va directo al corazón”.
Amar al hermano es una gran aventura, sabes cómo inicia, pero no sabes dónde te lleva.
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