El camino por excelencia para superar divergencias de cualquier tipo y crear comunión y unidad es – como enseña Chiara Lubich – el diálogo. Podemos vivirlo incluso cuando debemos dedicarnos a nosotros mismos. Todos estamos llamados a reflejar en nosotros la Santísima Trinidad, donde las tres divinas Personas están en eterno diálogo, son eternamente uno y eternamente distintas. Prácticamente, para todos nosotros significa que cada vez que tenemos que tratar con uno o más hermanos o hermanas, directa o indirectamente –por teléfono o por escrito, o porque se dirige a ellos el trabajo que hacemos, las oraciones que rezamos– nos sentimos todos permanentemente en diálogo, llamados al diálogo. ¿Cómo? Abriéndonos a cada prójimo, escuchando con el alma vacía lo que él quiere, lo que dice, lo que le preocupa, lo que desea. Y, cuando hemos hecho esto, intervenir nosotros dándole lo que desea y lo que sea oportuno. Y si dispongo de momentos y horas que tengo que dedicarlos a mí misma (para comer, reposar, vestirme, etc.), hacer cada cosa en función de los hermanos, de las hermanas, teniendo siempre presentes a los que me esperan. De esta manera y solo así, viviendo continuamente la “espiritualidad de la unidad” o “de comunión”, puedo contribuir eficazmente a hacer que mi Iglesia sea “una casa y una escuela de comunión”; a hacer que progrese ‒con los fieles de otras Iglesias o comunidades eclesiales‒ la unidad de la Iglesia; a realizar ‒con personas de otras religiones y culturas‒ espacios cada vez más amplios de fraternidad universal.
Chiara Lubich
Extraído de: Chiara Lubich, Chiamati a rispecchiare la Trinità, en: Città nuova, 5/2004, p. 7.
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