«En un mundo en el que la globalización dicta sus leyes, una de las paradojas más significativas a las que asistimos es que la voz del Sur del mundo se ignora. África, rica en recursos naturales como diamantes, oro, petróleo, y otros minerales preciosos, se encuentra frente a la pobreza, al subdesarrollo siempre en aumento, a la peor esperanza de vida, a un alto nivel de analfabetismo y eso a pesar de los millones de dólares de las ayudas occidentales volcados a lo largo de los años en varios proyectos. ¿Por qué? La dramática respuesta no es únicamente la guerra en curso, no son las enfermedades; es sobre todo la corrupción que en África se ha convertido en un hecho normal y aceptado, lo que está lacerando el continente. Un continente en el que los pobres tienen que corromper para sobrevivir, para ser curados en los hospitales, para entrar en las “mejores” escuelas de formación profesional, para lograr tener puestos de trabajo y para salir de la cárcel. Ni siquiera las leyes logran arrancar este mal. En la mayor parte de los países africanos, el Derecho es de origen occidental, con algún matiz tomado de las culturas locales. La tutela del individuo, si bien es un valor universalmente aceptado, se contrapone al principio de la comunidad, muy amado por las tradiciones africanas, que subraya la importancia de la solidaridad. El individuo existe sólo si pertenece a una comunidad y actúa en función de la comunidad. Es el principio del “Ubuntu”: Yo soy porque nosotros somos. El Ubuntu en las culturas africanas es una invitación a sostenerse y ayudarse mutuamente, es tener conciencia de los propios deberes. Así se expresó Nelson Mandela: Ubuntu significa plantearse la pregunta: “¿Quiero ayudar a la comunidad que me rodea a mejorar?” Es una regla de vida basada en el respeto del otro, creyendo que existe un vínculo que une a toda la humanidad. Es un deseo de paz. Y a pesar de ello, justamente en África falta la paz en muchos lugares, y la causa remota de los conflictos es, aunque parezca absurdo, su inmensa riqueza. Se lucha por el control de los minerales y las víctimas de estos conflictos son los más débiles. Esforzándose por integrar los valores heredados de la colonización con los propios valores tradicionales, y frente a los desafíos de un mundo en el que sólo el desarrollo económico da derecho de expresión, África está perdiendo cada vez más sus valores, sin adquirir de verdad los “importantes”. En mi país, Camerún, en el que hay una gran corrupción, surgió una pequeña ciudad, a la que Chiara Lubich dio vida realizando obras sociales a favor del pueblo Bangwa, que tenía el riesgo de extinguirse y encontró la salvación. Pero con las obras, Chiara trajo sobre todo un nuevo estilo de vida, inspirado en la práctica de la fraternidad; nació una convivencia inspirada, en la reciprocidad, en una verdadera justicia, que apaga toda lucha, previene el conflicto, encuentra soluciones a los problemas también de las familias; nadie roba, ni mata, se transita por “caminos de paz”. Así la fraternidad puede llegar a ser un principio también jurídico para la convivencia y cambiar relaciones basadas en la fuerza, en relaciones de acogida e inclusión que se traduzcan en solidaridad, responsabilidad y subsidiaridad. La paz se define hoy como desarrollo, seguridad, universalidad de los derechos humanos, respeto de la vida; la paz es un derecho, pero espera que el Derecho sea su instrumento. Y para ello, no bastan las Declaraciones y los Tratados. Los derechos, si se conjugan sólo en singular, ponen de relieve sólo al individuo y dan espacio a intereses y conflictos. Pero “universal” no significa “absoluto”, significa “común”; es lo que acomuna, de otra manera no podría existir ninguna relación entre individuos, culturas o concepciones diferentes entre ellas[1]. Y si la universalidad que encierra la dignidad humana permite relacionarse con todo hombre, la fraternidad, en cuanto nuevo paradigma, puede constituir su principio inspirador hasta “hacerse” cultura también jurídica y camino que prepara la paz. Es la que surge del corazón y se traduce en actitudes coherentes en la vida de cada día, capaces de transformar las relaciones conflictivas en relaciones en las que todo se comparte, hasta la reciprocidad, en la que lo que se debe se hace don para el otro». Raphaël Takougang [1] Cfr. F. Viola, L’universalità dei diritti umani: un’analisi concettuale, in F. Botturi – F. Totaro (a cura di), Universalismo ed etica pubblica, Vita e Pensiero, Milano 2006, p. 164 s.
Ser madres/padres de todos
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