Estaba en los planes de la Providencia que el Verbo se hiciera carne, que una palabra, la Palabra, fuera escrita en la tierra en carne y sangre, y esa Palabra necesitaba un fondo. Las armonías celestiales anhelaban, por amor a nosotros, transferir su concierto único y solo, bajo nuestras tiendas: pero necesitaban un silencio. El Protagonista de la Humanidad que daba sentido a los siglos pasados e iluminaba y convocaba detrás de sí a los siglos futuros, debía hacer su aparición en el escenario del mundo, pero tenía necesidad de una pantalla blanca que la pusiera de relieve. El proyecto más grande que el Amor-Dios pudiera imaginar, tenía que trazarse majestuoso y divino, y todos los colores de las virtudes tenían que encontrarse ordenados y preparados en un corazón para servirlo. Esa sombra admirable que contiene el sol y ante él se retira y en él se reencuentra; ese fondo blanco inmenso casi como un abismo, que contiene la Palabra que es Cristo y en Él se pierde, luz en la Luz; ese altísimo silencio que ya no calla porque en él cantan las armonías divinas del Verbo y en Él se vuelve nota de las notas, casi el “la” del eterno canto del Paraíso; ese escenario majestuoso y hermoso como la naturaleza, síntesis de la belleza prodigada por el Creador al universo, pequeño universo del Hijo de Dios, que ya no se observa porque cede su parte y su interés a Quien tenía que venir y ha venido, a Quien tenía que hacer y ha hecho; ese arco iris de virtudes que dice “paz” al mundo entero porque ha dado al mundo la Paz; esa criatura imaginada en los abismos misteriosos de la Trinidad y dada a nosotros, era María. Chiara Lubich – Maria, trasparenza di Dio (María, transparencia de Dios )– Città Nuova 2003 – pp. 9-11
Escuchar atentamente, hablar intencionalmente
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