Aquí la enseñanza de Jesús se refiere al uso de la riqueza, y Lucas, el evangelista de los pobres, se hace su portavoz. El término que usa en arameo significa los bienes materiales, pero aquí es usado por Jesús en sentido negativo, es decir, como el conjunto de tesoros que pueden ocupar el lugar de Dios en le corazón del hombre.
El peligro de la riqueza es que uno se pueda enamorar de ella a tal punto que necesite emplear todas sus fuerzas y todo el tiempo a disposición para mantenerla y acrecentarla. Se convierte en un ídolo al cual se le sacrifica todo. Por eso Jesús la compara a un patrón tan exigente que excluye a cualquier otro. Por eso la exigencia de una opción bien definida.

«Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se pude servir a Dios y al dinero».

Estas palabras de Jesús no tienen que sonar como una condena de la riqueza en sí misma, sino del lugar exclusivo que puede tener en el corazón humano.
No les exige a todos la pobreza absoluta, también externa; tanto es así que entre sus discípulos hay ricos, como José de Arimatea. Lo que él exige es el desapego de los propios bienes. Exige que el rico no se considere dueño, sino administrador de los bienes que posee, los cuales en primer lugar son de Dios y están destinados a todos, y no sólo a algunos privilegiados.
La riqueza es un medio óptimo si sirve al que tiene necesidad, si ayuda a hacer el bien, si se usa con fines sociales, no sólo con obras de caridad sino también en la gestión de una empresa. Sólo así uno se puede servir de los propios bienes sin quedar sometido al servicio de ellos.
Es grande el peligro de acumular riquezas para uno mismo. Por experiencia, y por la historia, sabemos cómo y cuánto el apego a los bienes de esta tierra puede corromper y alejar de Dios. Por lo tanto no tiene que sorprender el llamado de atención tan decidido de Jesús: o Dios, o las riquezas.

Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se pude servir a Dios y al dinero».

¿Cómo poner en práctica, entonces, esta palabra?
Además de aclararnos la relación con la riqueza, esta frase, como toda palabra de Dios, nos dice muchas otras cosas.
Jesús no nos plantea la alternativa de elegir entre Dios o la riqueza. Dice claramente que, en nuestra vida, tenemos que elegir a Dios.
Tal vez, hasta hoy, esto no lo hayamos hecho todavía. Tal vez hemos mezclado un poco de fe en él, alguna práctica religiosa, un poco de amor por el prójimo, con tantas otras pequeñas grandes riquezas, que ocupan nuestro corazón.
Analizándonos bien, podemos ver si lo que más nos importa es el trabajo o la familia, el estudio, el bienestar, la salud o tantas otras cosas humanas que amamos por sí mismas o por nosotros, sin ninguna referencia a Dios.
De ser así, quiere decir que nuestro corazón ya es esclavo: se apoya en ídolos, pequeños ídolos, incompatibles con Dios.
¿Qué hacer? Decidirse. Decirle que no deseamos otra cosa que amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas. Y luego, esforzarse por poner en práctica este propósito, que no es difícil si lo vivimos en cada momento, ahora, en el presente de nuestra vida, amando todo y a todos solamente por Dios.

Chiara Lubich

 

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