El comportamiento de Jesús es tan nuevo con respecto a la mentalidad corriente, que muchas veces escandalizaba a las personas de bien. Como esa vez que llamó a Mateo a seguirlo y fue a almorzar a su casa. Mateo era un recaudador de impuestos. Por su profesión no era querido por la gente, es más, era considerado un pecador público, un enemigo al servicio del Imperio Romano.
Los fariseos se preguntaban porqué Jesús se sentaba a comer con un pecador: ¿no era mejor mantenerse a distancia de cierta gente? Esta pregunta le da pié a Jesús para explicar que él quiere encontrarse justamente con los pecadores, como un medico con los enfermos. Y concluye diciéndoles que vayan a estudiar qué significa la palabra de Dios citada en el Antiguo Testamento por el profeta Oseas: “Porque yo quiero misericordia y no sacrificios” (Cf Os 6, 6).
¿Por qué Dios quiere, de nosotros, la misericordia? Porque nos quiere como él. Tenemos que asemejarnos a él como los hijos se asemejan al padre y a la madre. A lo largo de todo el Evangelio Jesús nos habla del amor del Padre tanto por los buenos como por los malos, por los justos como por los pecadores: por cada uno, sin hacer diferencias ni excluir a nadie. Si tiene preferencias, es por aquellos que parecen no merecer que se los ame, como en la parábola del hijo pródigo.
Jesús afirma: “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6, 36): ésta es la perfección (Mt 5, 48).

«Vayan y aprendan qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio»

Hoy también Jesús dirige esta invitación a cada uno de nosotros: “Vayan y aprendan…”. Pero, ¿adónde ir? ¿Quién nos podrá enseñar lo que quiere decir ser misericordiosos? Uno solo: justamente él, Jesús, que fue en busca de la oveja descarriada, que perdonó a quien lo había traicionado y crucificado, que dio su vida por nuestra salvación. Para aprender a ser misericordiosos como el Padre, perfectos como él, hay que mirar a Jesús, revelación plena del amor del Padre. El dijo: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).

«Vayan y aprendan qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio»

¿Por qué la misericordia y no el sacrificio? Porque el amor es el valor absoluto que da sentido a todo el resto, incluso al culto, al sacrificio. En efecto el sacrificio más agradable a los ojos de Dios es el amor concreto por el prójimo, que en la misericordia encuentra su más alta expresión.
Misericordia que ayuda a ver siempre nuevas a las personas con las cuales vivimos cotidianamente en familia, en la escuela, el trabajo, sin detenernos a recordar sus defectos, sus errores; misericordia que nos permite no juzgar, sino perdonar las ofensas recibidas, e incluso olvidarlas.
Nuestro sacrificio no ha de consistir en hacer largas vigilias o ayunos, o dormir en el suelo, sino en dar cabida siempre en nuestro corazón a quien pasa a nuestro lado, sea bueno o malo.
Eso es justamente lo que hizo un señor que trabajaba en la recepción de un hospital. Su aldea había sido totalmente arrasada por sus “enemigos”. Una mañana vio llegar a un hombre con un pariente enfermo. Por el tono de voz comprendió enseguida que se trataba de uno de los del bando “enemigo” que, por miedo, trataba de ocultar su identidad para que no lo rechazaran. Entonces, sin pedirle los documentos, lo ayudó, aunque debía hacer un gran esfuerzo para vencer el odio que sentía por dentro desde hacía tanto tiempo. En los días siguientes tuvo ocasión de asistirlo en varias oportunidades. El último día el “enemigo” pasó por la caja a pagar y le dijo: “Tengo que confesarte algo que no sabes”. “Desde el primer día sé quién eres”, le contestó él. “Entonces, ¿por qué me has ayudado, si soy tu ‘enemigo’?”.
Como para él, también para nosotros la misericordia nace del amor que sabe sacrificarse por cualquier persona, a ejemplo de Jesús, que llegó al punto de dar la vida por todos.

Chiara Lubich

 

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