Vivo en Río Grande, una ciudad del Estado de Río Grande do Sud, y estoy casada desde hace 25 años. Cuando quedé embarazada de la cuarta hija, teníamos una pequeña casa que no tenía espacio para otra camita. Sentía una gran aprensión y temor por el futuro, también porque nuestra situación económica era muy precaria. Pero no podía dejar de escuchar “aquella voz” que sentía en lo más íntimo: me decía que no me inquietara, que lanzara toda preocupación en el corazón del Padre, es más que me dejara llevar de la mano y guiar por Él como un niño que se abandona en sus brazos.
Con mi esposo, recordando el Evangelio donde Jesús dice que todo lo que pidamos unidos al Padre en Su nombre Él lo concede, lo hicimos.
Algunos días después, una vecina, que había sabido de mi embarazo, llegó trayéndome el ajuar de una de sus sobrinas e incluso la cuna y el colchón. Era la respuesta.
Seguidamente, permaneciendo fieles a Su voluntad y sabiendo soportar con paciencia la desaprobación de nuestros familiares y amigos por cada niño que nacía, hemos siempre experimentado la paternidad de Dios, que de mil modos ha proveído a nuestras necesidades. Fue así tanto para el nacimiento de los otros tres hijos, como para la reestructuración de nuestra casa… Hoy día los hijos más grandes han empezado a trabajar y verdaderamente nunca nos ha faltado nada.

L.F. – Río Grande (Brasil)

De “I Fioretti di Chiara e dei Focolari” – San Paolo Editrice

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