Parecía una noche como tantas, pero no fue así. Después de repetidas invitaciones, esa noche decidí participar en una reunión con un grupo de familias que vivían la Espiritualidad de la Unidad, renunciando al curso de natación. Regresé a casa feliz, conmovida porque había encontrado algo grande por lo que valía la pena vivir. Tenía un gran deseo de comunicar todo a J., mi esposo. Estaba ya durmiendo y lo desperté, pero no me tomó muy en serio.

Al principio no hacía más que pensar en cuánto esas reuniones le habrían ayudado a J. a cambiar ciertos aspectos negativos de su carácter, pero muy pronto entendí que era yo quien tenía que cambiar. Entonces empecé perdonando ciertos hechos del pasado que nunca había logrado olvidar. Después traté de ser más tolerante y de amar más a todos, siendo la primera, sin esperar nada a cambio.

En casa se dieron cuenta de mi cambio y después de algún tiempo también J. aceptó participar conmigo en estos encuentros: lo veía entrar poco a poco en el clima de fraternidad que allí se respiraba, hasta llegar a ser un constructor activo, poniéndose al servicio de todos. J. había decidido llevar también a nuestros cuatro niños, y poner a disposición su autobús para transportar a las personas de nuestra urbanización que querían participar en los encuentros, de modo que pudieran ahorrar el dinero del viaje.

Sólo que no pudo hacerlo porque pocos días después no sólo perdió el trabajo, sino que fue amenazado pesadamente. Poco tiempo después fue convocado a la oficina de la empresa. Sabía que corría un fuerte riesgo, presentándose, pero aceptó. En la cita lo esperaba una persona que le quitó la vida.

Para mí fue un golpe durísimo, pero sentí que Dios nos había preparado a mi esposo y a mí para lo que nos estaba sucediendo. Rogué para que este dolor no pasara en vano y lo ofrecí por la persona que nos ha hecho tanto daño, para que se pudiera arrepentir.

No entendía el por qué de lo sucedido, pero dentro de mí no había rencor. Hice todo lo posible para que también mis hijos, de doce y nueve años, superarán la rabia y lograran perdonar. Las palabras de Jesús sobre el perdón y el amor al enemigo me dan fuerza y alegría día tras día.

Un conocido nuestro sabiendo quién es el culpable, me da a entender que, si quiero, puedo obtener la venganza. «�No –respondo- lo dejo a la justicia de Dios. Todos somos criaturas suyas y esta persona, además, tiene necesidad de tiempo para arrepentirse».

J. había experimentado que Dios nos ama. Hice que escribieran en su tumba: “Dilo a todos. Dios te ama inmensamente”
(B.L. – Colombia)

Sacado de El amor vence. Treinta historias verdaderas contadas por sus protagonistas Ed. Città Nuova

Comments are disabled.