Desde hace casi veinte años soy Trabajador Social y me desempeño en el campo de las drogadicciones. Actualmente me ocupo de sujetos en doble diagnóstico y estoy colaborando en un proyecto de investigación destinado a establecer criterios de revisión empírica de los resultados para las comunidades terapéuticas.

Mi actividad profesional comenzó casi por casualidad (estaba sacando la licenciatura en matemáticas) después de haber hecho experiencia, en algunas actividades de voluntariado, en donde, aplicando de modo muy simple algunas de las intuiciones de Chiara Lubich sobre el modo de amar al prójimo, lograba entrar en profunda relación con estos chicos. También fue motivo de interés para mí constatar que su recorrido terapéutico y educativo se enriquecía significativamente.

Después de algunos años los frutos de este trabajo empezaron a ser dignos de atención y dentro de mí se desarrolló la convicción de que eso no podía ser casual; tenía que existir necesariamente una precisa relación de causa y efecto que justificara los resultados que estaban emergiendo. Tenía la impresión de encontrarme de algún modo ante una novedad con significativas potencialidades.
Sentí, por lo tanto, la exigencia de profundizar lo que estaba ocurriendo y de tratar de traducirlo en un modelo teórico bien estructurado y por lo tanto en oportunas estrategias de intervención.

En estos años las reflexiones en tal sentido han sido muchas, pero quizás el concepto sociológico que me ha sido más útil en este trabajo de investigación ha sido el de la empatía.
El sociólogo Achille Ardigò, por ejemplo, la describe cómo la capacidad de un actor social de ponerse intencionalmente de frente a otro hombre para hacer una experiencia de relación. Darse cuenta de lo que el otro vive profundamente esta relación, sin medirlo con su propia experiencia y sin reducirlo a esquemas propios sino reconociéndolo en su alteridad.
La empatía, por lo tanto, no es considerada un acto mental sino una experiencia a través de la cual el actor social va más allá del mundo, de la vida cotidiana y se abre a otras experiencias, también de relación con otras personas.

Carl Rogers, uno de los autores que más han contribuido en la profundización del término, la describe como la «capacidad de vivir momentáneamente la vida del otro». En el ‘59 afirma que eso significa: «percibir el marco interior de referencia de la otra persona con esmero, con las componentes emocionales y con los sentidos que le pertenecen y además como si uno fuera la otra persona». Es casi imposible no advertir evidentes similitudes entre la empatía, tal como la hemos definido, y lo que Chiara Lubich, en la explicación de su pensamiento espiritual ha llamado «hacerse uno», idea fundamental en la relación de reciprocidad así como ella la ha intuido. Se trata de una expresión ya presente en algunos autores, en especial de la escuela fenomenológica, pero que en este contexto se enriquece de nuevos elementos. He elegido algunos entre los muchos pasos en los que ella describe este concepto y la «técnica» para vivirlo de modo eficaz: «Amar al otro ‘como a uno mismo’, el otro soy yo. Y lo amo como a mí: tiene hambre, soy yo quien tengo hambre; tiene sed, soy yo quien tengo sed; le falta un consejo, a mí me falta».

O bien: «Hace falta detenerse y sentir con el hermano: hacerse uno hasta que se carga con su peso doloroso o se comparte ese alegre… Hacerse uno exige la continua muerte de nosotros mismos».
Todavía: «Hacerse uno con cada persona que encontramos: compartir sus sentimientos; llevar sus pesos; sentir en nosotros sus problemas y solucionarlos como cosa nuestra, hechos uno por el amor…»
Para hacerse uno hace falta estar totalmente y durante todo el tiempo desapegados de sí. En efecto – nosotros lo sabemos – hay quien por apego a sí o otra cosa no escucha hasta el final al hermano, no muere totalmente en el hermano y quiere dar respuestas coleccionadas en su cabeza…

Este discurso puede ser extendido con mucha facilidad a aquello que Roger y su escuela han llamado «técnicas de comprensión empática” que todavía son muy actuales en el counseling y son utilizadas por muchos operadores de lo social. Para describirla exhaustivamente haría falta mucho tiempo; sólo destacaremos algunas características esenciales. La comprensión empática se basa en tres presupuestos fundamentales que son la empatía, la congruencia (o coherencia interior del terapeuta) y la aceptación positiva del otro, presupuestos que están no sólo presentísimos, sino que son indispensables para quienquiera que desee hacerse uno con su prójimo. La actitud Rogerana, además, se vale de toda una serie de actitudes no verbales que sirven para hacer sentir cómoda a la persona que se tiene de frente, tranquilizarla y «hacerla sentir importante” (la postura, la mirada, el silencio interior para hacer sitio al otro…) que, como hemos apenas leído, son indispensables y particularmente evidentes en quienquiera esté «haciéndose uno”. Y se podría continuar ….

Pero no se puede dejar de destacar una profunda y fundamental diferencia, es decir esa necesaria «muerte del propio yo» que Chiara Lubich repite cada vez describiéndola como el paso obligado e indispensable. Se desarrolla de este modo una visión por así decir alterocéntrica que no se conforma con el simple acto de oponerse en la piel del otro, sino que solicita una revolucionaria operación de autoanulación; se establece, pienso que por primera vez, la relación con el alter removiendo la primacía del yo.

Muchas de las modernas teorías sociales insisten en la idea de la reciprocidad, que por consiguiente amenaza con estar un poco tergiversada, pero creo poder afirmar que ninguna de ellas se acerca a un concepto de reciprocidad tan puro y tan profundo. Pero yo considero que no hace falta cometer el error de considerar estas reflexiones desde el punto de vista puramente especulativo en cuanto ellas poseen un campo de aplicación infinito en la práctica cotidiana y, con mayor razón, en las acciones de un trabajador social. En mi caso, por ejemplo, han permitido modificar integralmente mi modo de conducir coloquios ayudándome a desarrollar técnicas muy eficaces y de fácil aplicación. He experimentado muchas veces que el acto de eliminación del propio yo, que hemos recién descrito, permite donarse al individuo que se tiene delante, porque encuentra en quien lo está acogiendo un vacío por llenar. Haciendo así la persona que necesita ayuda pierde, por así decir, la posición subordinada con respecto de quién está acogiéndola, se siente de nuevo protagonista de su propio actuar y eso puede ayudarla a dejar de lado sus desconfianzas y sus mecanismos de defensa para abrirse de modo espontáneo y más profundo. Muchas veces personas cerradas y a la defensiva, frente a este vacío hecho por amor, se han, por así decir, «aflojado» y pudieron abrirse.

Me parece importante añadir que semejante modo de obrar no disminuye la figura de apoyo representada por el terapeuta; más bien, mediante este actuar comunicativo de gran eficacia la refuerza en cuanto la anulación de si por amor no quiere decir desaparecer sino que se convierte en una profunda expresión del ser. Además, he experimentado que es posible poner en relación o, para usar un término un poco impropio, «fusionar» la nueva teoría que estamos describiendo con teorías o técnicas preexistentes, llegando a resultados interesantes y de gran valor sociológico y socio terapéutico. En este caso, no se puede hablar de la superioridad de una línea con respecto de la otra en cuanto de la fusión de los dos paradigmas nace y toma cuerpo una especie de «tercera vía» que comprende y enriquece a ambos cargándolos de nueva belleza y de nuevos significados…. En nuestro caso, por ejemplo, el hacerse uno puede enriquecer y hacer más fácilmente aplicables las técnicas de escucha empática y al mismo tiempo este últimas pueden proveer un instrumento para hacerse uno de modo más eficaz.

Otro aspecto por subrayar es que en base a lo que hemos dicho, técnicas y modos de actuar que antes eran patrimonio exclusivo de pocos expertos pueden transformarse, con las debidas cautelas, en instrumentos eficaces y al alcance de todos. Para explicarme mejor recurriré a un episodio ocurrido ya hace algunos meses. Se trataba de la situación del nieto de un amigo mío, que después de haber perdido prematuramente al padre, empezó a manifestar preocupantes síntomas de malestar: dejó la escuela, parecía completamente indiferente hacia el propio futuro, se cerró fuertemente en si mismo y dejó entrever los primeros síntomas relativos al empleo de sustancias estupefacientes livianas, por así decir.

En el momento en que los parientes, preocupados por una situación que estaba degenerando, trataron de abrirle los ojos a la madre sobre lo que estaba ocurriendo, la mujer, como a menudo sucede, generó un mecanismo de rechazo muy violento hacia ellos. Los acusó de juzgar negativamente lo que no entendían, y de disparar sentencias. Afirmaba que el chico pasaba una normal crisis adolescente y no necesitaba ayuda de nadie; los acusó de envidia, de actitud solapada, etc. etc.

A grandes líneas éste es el cuadro que me fue presentado; era evidente que cualquier intervención de mi parte o de cualquiera que trabajara en lo social correría el riesgo de despertar una reacción todavía peor. �Qué hacer a este punto? Mi experiencia me llevó a hipotizar que probablemente para tranquilizar a la mujer, podía ser productivo utilizar una metodología a menudo usada en estos casos, que consiste en el expresar el propio punto de vista no por una verdad objetiva que puede tocar como una sentencia, con frases del tipo: «tu hijo tiene un problema», sino como experiencia personal, (con expresiones irrefutablemente verdaderas pero subjetivas del tipo: «Sabes, estoy preocupado y esta preocupación me hace estar mal «). Quedaba de pie el problema de explicar esta técnica a una persona que normalmente no se ocupa de estas cosas.

Entonces he pensado que podía ser importante iniciar aconsejar a un hermano «hacerse uno» con la hermana, (fuerte del hecho él sabía bien de lo que yo estaba hablando), pedirle excusas por lo sucedido; acogerla en su evidente dolor, no darle consejos y escucharla hasta el final.
Sólo a ese punto eventualmente era posible mencionar el problema del hijo pero presentándolo como preocupación personal y no como situación objetiva. También aquí el paso fundamental era representado por un acto de «despojo» del propio yo, en cuanto era necesario librarse completamente de la apariencia de «persona buena y sabia» para presentarse con mucha humildad y dar al otro la posibilidad de expresarse con libertad.

El resultado fue notable, porque frente a esta inesperada actitud de vacío interior, la hermana sintió el impulso de llenarlo con su propio amor y por consiguiente se abrió mucho, dando desahogo a todas sus preocupaciones y a la justa desesperación de una madre que ve que la situación se le escapa de las manos… Me parece que en este caso ha ocurrido justo la dinámica de que hablamos hace un instante; el acercamiento empático ha sido comprendido y aplicado eficazmente, en cuanto quien lo ha usado partió del presupuesto de hacerse uno con el otro. Al mismo tiempo, quien quería hacerse uno hasta el final logró hacerlo mejor aplicando inteligentemente la técnica que le fue explicada. De ello resultó una técnica nueva que, fuerte de ambas impostaciones, ha logrado solucionar el problema.
Algo importante para destacar es que esta experiencia ha sido hecha por una persona que no tenía ninguna práctica profesional en la relación de ayuda. Pero siendo un «experto» en hacerse uno ha podido utilizar este recurso espiritual pero también, y en este caso sobre todo, cultural, para comprender de la mejor manera una metodología a él desconocida y aplicarla con éxito creando una relación recíproca de tipo empático.

Animado por los primeros resultados, he pensado continuar por este camino. El paso siguiente ha sido elaborar grupos de encuentro que, sostenidos por lo que apenas hemos descrito, llevaran hacia una experiencia de comunión y ayuda recíproca, a trabajadores sociales que durante años vivieron en un estado de total aislamiento, encerrándose en ellos mismos y filtrando cada relación con la alteridad por esas formas de gratificación autoreferencial que son típicas de la drogadicción.

La literatura y las varias experiencias ya existentes en tal sentido vinieron en mi ayuda proveyéndome de instrumentos particularmente eficaces; me refiero en especial a algunos grupos de animación que utilizan juegos interactivos propuestos por la escuela bio-energética, y a otros grupos de línea rogeriana o pertenecientes a lo que comúnmente es definido relación socio-afectiva.
Mi idea era bastante simple: elegir algunos entre estos instrumentos y concadenarlos en un oportuno recorrido socio-terapéutico para proponer a los chicos que estaba siguiendo, indicando, en cambio, como presupuesto fundamental, una idea de vínculo basada en esa particular relación interpersonal de tipo empático que hemos apenas descrito. También aquí algunas de las ideas de Chiara Lubich me han ayudado a enriquecer estas metodologías con nuevos contenidos. Hago referencia, en modo particular, a algunos «pasos» que ella aconseja y que se han revelado particularmente eficaces para ayudar a pequeños grupos de individuos que quieran llevar adelante un recorrido de comunión y crecimiento a través de una relación de recíproco amor fraterno.

La primera fase de este recorrido es representada por un «Pacto» que puede ser descrito como un “Pacto de solidaridad y recíproca ayuda». Se trata de un paso fundamental que tiene el objetivo de ayudar a los individuos implicados a cementar la relación interpersonal y a remover las actitudes egocéntricas para interesarse activamente unos de los otros. En esta fase, que puede prever más que un encuentro, puede ser oportuno insertar momentos que utilizan instrumentos clásicos como sociogramas u otras actividades interrelacionales oportunamente adaptadas y traducidas en juegos interactivos que ayudan a conocerse mejor y entrar en relación de modo más profundo. Enriquecidas del espíritu de reciprocidad y comunión apenas descrito, estas actividades adquieren nueva savia y nuevos significados.

Para dar un ejemplo, una idea aparentemente simple que pero ha dado resultados muy interesantes ha sido un «juego» en el que cada uno extrae al azar el nombre de un miembro del grupo y se empeña por una semana en tener una atención particular, a conocerlo mejor, a estarle cerca y sostenerlo en los momentos de dificultad…. De este modo cada uno se transforma en una especie de tutor, de supervisor de la vida del otro, para decirla como diría un niño, cada uno se transforma en un pequeño «ángel de la guarda», y es empujado a salir de su mundo para dejarle espacio al otro. Además, el resultado de la extracción es secreto y eso contribuye a crear un estimulante clima de curiosidad. Sería largo describir detalladamente los resultados conseguidos pero el estupor y el entusiasmo a menudo demostrados por los participantes, además del modo en que han logrado concretamente ayudarse, creo que merece mucha mención.

Un aspecto para subrayar es que, prescindiendo de las técnicas que se decide utilizar, si el mencionado Pacto, por así decir, «vacila», o sea por cualquier motivo disminuye la voluntad de mutua ayuda, estos grupos continúan pero se encuentran casi completamente vaciados de sentido y pierden toda eficacia. Procediendo en este sentido, sucesivamente ha sido posible estructurar otros encuentros basados en un intercambio muy intenso de experiencias y estados de ánimo.
También aquí el objetivo es ayudar a los chicos a salir de la prisión representada por las actitudes egocéntricas y empujarlos a compartir el propio mundo interior. Eso puede ser hecho de varios modos, a condición de que el intercambio de experiencias no resulte fin a si mismo sino que sea un regalo recíproco entre quien habla y quien acoge. También aquí me limitaré sólo a uno ejemplo: una técnica entre las tantas que se han mostrado eficaces, ha sido pedirle a cada miembro del grupo que regalara una «tarjeta postal de su vida», contando una vivencia emocionalmente significativa de modo de crear una atmósfera empática que permitiera a los otros de revivirlo, en cierto sentido, junto a él. Normalmente estos grupos asumen contenidos emocionales muy fuerte. A veces pero sucedía que el clima empático no despegaba. En estos casos, indagando sobre el por qué, casi siempre emergieron situaciones de conflicto no resuelto entre algunos chicos. Esto, como ya hemos destacado, es otra confirmación de la importancia terapéutico de haber adherido al Pacto mencionado de modo pleno y sincero…..

Al final, en el momento en el cual, por este recorrido, la relación entre las personas implicadas maduraba suficientemente, era posible dar un ulterior paso adelante, recurriendo a técnicas más laboriosas. Me refiero en particular a una tipología de grupo en que los participantes, empujados por una indispensable voluntad de ayudarse recíprocamente, eligen a una persona y, bajo la guía de un moderador, le dicen con respeto pero de modo muy claro, primero cuáles son sus defectos y las cosas que debería mejorar para ir adelante en su camino y sucesivamente cuáles son sus cualidades y sus puntos de fuerza.

Se trata de un momento que podríamos definir «de la verdad», de administrar con mucha atención a causa de la delicadeza de las problemáticas y la posible fragilidad de algunas personas implicadas. Metodologías parecidas están presentes, con alguna diferencia, en muchas teorías clásicas, pero lo que en este caso hace la diferencia es justamente el esfuerzo de salir de si mismos para concentrarse en las características y las problemáticas del otro.

Tengo que admitir que a menudo los resultados de estos grupos me han conmovido; no habría imaginado nunca desarrollos del género. Chicos muy duros, maleantes por la vida, desconfiados y reacios a la relación con los otros, se han derretido creando un clima empático difícilmente descriptible. El estupor y el entusiasmo que ellos demostraron ha facilitado la relación comunicativa conmigo y entre ellos en un modo que jamás había visto y demasiado evidente para ser casual. He repetido esto muchas veces y con actores siempre diferentes para estar seguro de que los resultados no dependieran del particular muestrario de personas elegido, pero las consecuencias han sido casi idénticas. Es claro que una experiencia así repetida muchas veces con los mismos resultados no puede ser fruto de circunstancias accidentales. Se trata indudablemente de un discurso por desarrollar, en cuanto todavía estamos hablando de instrumentos en embrión pero, según mi opinión, de estos primeros tímidos resultados ya emergen con fuerza la eficacia y el aspecto revolucionario del patrimonio socio-cultural que mana de la experiencia de fraternidad universal propuesta por Chiara Lubich.

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