Era la tarde de Pascua, Jesús resucitado ya se le había aparecido a María de Magdala,  y Pedro y Juan habían visto la tumba vacía. Sin embargo, los discípulos continuaban encerrados en su casa, llenos de miedo, hasta que el Resucitado se presentó en medio de ellos, a puertas cerradas, porque ninguna barrera podía separarlo de sus amigos.
 Jesús se había ido; pero, cumpliendo con su promesa, ahora volvía para quedarse para siempre: “poniéndose en medio de ellos”; no una aparición momentánea, sino una presencia permanente. Desde entonces en adelante, los discípulos ya no estarían solos, y el temor deja paso a una alegría profunda: “se llenaron de alegría cuando vieron a Jesús” (1).
 El Resucitado abre de par en par sus corazones y las puertas de la casa sobre el mundo entero, diciendo:

«Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

 Jesús había sido enviado por el Padre para reconciliar a todos con Dios y restablecer la unidad del género humano. Ahora les toca a sus discípulos continuar la edificación de la Iglesia. Así como Jesús había podido llevar a término el plan del Padre porque era una sola cosa con El, sus discípulos podrán continuar su altísima misión porque el Resucitado está en ellos. “Yo en ellos” (2), había pedido Jesús al Padre.
 Del Padre a Jesús, de Jesús a los apóstoles, de los apóstoles a sus sucesores, el mandato continúa.
 Pero también cada cristiano tiene que sentir resonar en su corazón estas palabras de Jesús. En efecto, “en la Iglesia hay diversidad de ministerio, pero unidad de misión” (3).

«Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

 Para cumplir este mandato del Señor tenemos que lograr que él viva en nosotros. ¿Cómo? Siendo miembros vivos de la Iglesia, identificándonos con la Palabra de Dios, y evangelizándonos en primer lugar a nosotros mismos.
 Es uno de los deberes de lo que Juan Pablo II ha denominado “nueva evangelización”. “Alimentarnos de la Palabra –ha escrito– para ser ‘servidores de la Palabra’ en el compromiso de la evangelización: ésta es seguramente la prioridad para la Iglesia a comienzos del nuevo milenio” (4), porque “sólo un hombre transformado” por “la ley de amor de Cristo y la luz del Espíritu Santo, puede realizar una verdadera metánoia (conversión) de los corazones y de la mente de otros hombres, del ambiente, la nación o el mundo” (5).
 Hoy ya no bastan las palabras. “El hombre actual escucha a los testigos, más que a los maestros –advertía ya Paulo VI–, y si escucha a los maestros es porque son testigos” (6). El anuncio del Evangelio será eficaz si se basa en el testimonio de vida, como el de los primeros cristianos que podían decir: “Les anunciamos lo que hemos visto y oído…” (7); será eficaz si se puede decir de nosotros, como se decía de ellos: “Mira cómo se aman, y están dispuestos a morir el uno por el otro” (8); será eficaz si el amor se hace concreto dando, respondiendo a quien pasa necesidades, si sabemos dar alimento, ropa, casa, a quien no tiene, amistad a quien se encuentra solo o desesperado, sostén a quien pasa por una prueba.
 Viviendo así se habrá dado testimonio al mundo de la fascinación de Jesús y, volviéndonos otros Cristo, su obra continuará también por este aporte.

«Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

 Esta es también la experiencia de algunos de nuestros médicos y enfermeras cuando, en 1967, supieron de la situación del noble pueblo Bangwa, que en ese momento padecía un 90% de mortalidad infantil, debido a enfermedades que los llevaban a su extinción.
 Al partir hacia este pueblo, sienten como primer deber el seguir amándose recíprocamente, para ser testimonio del Evangelio. Ofreciendo un servicio profesional, aman sin hacer distinciones, a uno por uno. Abren un dispensario, que muy pronto se convierte en un hospital. La mortalidad infantil se reduce al 2%. En plena selva, se construye una central hidroeléctrica, luego una escuela primaria y secundaria. Con el tiempo, y con la colaboración del pueblo, se abren doce caminos para la comunicación entre las aldeas.
 El amor concreto arrastra: gran parte del pueblo comparte la nueva vida, aldeas antes enemigas se reconcilian; las controversias sobre los límites se resuelven armónicamente; reyes de distintos clanes establecen entre ellos un pacto de amor recíproco y viven en fraternidad, ofreciendo –en un intercambio de dones– un maravilloso testimonio, un ejemplo original y auténtico.

Chiara Lubich

1) Jn 20, 20;
2) Jn 17, 23;
3) Apostolicam Actuositatem, 2;
4) Nuovo millennio ineunte, n. 40;
5) A los peregrinos de la diócesis de Torun (Polonia), 19/2/1998;
6) Audiencia general, 2/10/1974;
7) Cf 1Jn 1,1;
8) Tertuliano, Apologético, 39, 7.

 

 

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