Soy portadora de una discapacidad auditiva y visual, resultado de una enfermedad que mi madre contrajo durante el embarazo. Conforme crecía, me daba cuenta de que era diferente de los demás. Me sentía marginada y sufría mucho. quería participar, ayudar, pero a menudo las personas a mi alrededor me dejaban de lado, decían que yo no era capaz, que nunca lo lograría.

Empecé a esforzarme mucho en los estudios, pensando que así sería aceptada. Pero todavía me faltaba algo y a veces, llorando, me preguntaba: «¿Por qué tuvo que suceder esto? ¿Por qué Dios quiso esto para mí?».
A los 25 años fui invitada a participar en un encuentro, realizado por un sacerdote, para personas con dificultades auditivas como yo. Él tenía en su mano el Evangelio que trataba de explicar con muchas dificultad porque no conocía el leguaje de signos. Me ofrecí a ayudarlo e ilustré las palabras de Jesús: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado».

Cuando concluyó el encuentro, reflexioné sobre esas palabras: tenía que empezar a amar como Jesús, a perdonar como Jesús.
Conocí a algunas personas del Movimiento de los Focolares y empecé a participar en los encuentros, junto con los jóvenes, tratando de poner en práctica el Evangelio. La pregunta que me había planteado muchas veces -¿Por qué, Dios mío?- finalmente había encontrado una respuesta. «Para amar mejor a Dios, yo tenía que ser un instrumento de Su amor en el mundo». Entendí cuan importante era ver y escuchar con el corazón.

En la escuela
Ahora soy profesora y, desde que empecé en este trabajo, he sentido la exigencia de desarrollar mi actividad de un modo nuevo. Trabajé en una escuela para personas con déficit auditivo, allí colaboraba para introducir un método centrado en la cultura de la persona sorda, utilizando el lenguaje de signos como apoyo del idioma portugués. Paralelamente, fui adoptando otro método, basado en el «arte de amar», que me hacía amar a todos, ser la primera en amar, «hacerme uno» con cada uno, de modo que cada alumno se sintiera una persona especial.
Un día la directora convocó a todos los profesores, y me pidió que ilustrara mi método. Hablé de cómo trataba de comprender la vida de los estudiantes, hasta legar a ser una cosa con cada uno. Los colegas estaban muy impresionados y muchos de ellos, después de esto, quisieron cambiar de método.

En el catecismo
Hace algunos años participé en una Misa donde diversos muchachos sordos recibieron el Sacramento de la Eucaristía.  Me di cuenta de que no entendían bien lo que estaban haciendo porque no habían sido preparados adecuadamente. Después de un período de práctica en Italia, en un Instituto para personas sordas, decidí ocuparme de la catequesis para las personas que no oyen en mi parroquia. Los resultados han sido inmediatos, he usado el lenguaje brasileño de signos, basando las lecciones en el texto de la Misa dominical. Enseguida después fui invitada a coordinar todos las actividades de este tipo en la provincia de Paraná (Brasil), que comprende 16 diócesis y he empezado a reunirme periódicamente con los catequistas.
Me siento realizada, feliz, porque me doy cuenta de que la Espiritualidad de la Unidad me ha abierto el camino para contribuir a la construcción de una humanidad renovada con el amor.

R. A. (Brasil)

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