El cristianismo es auténtico porque Cristo ha resucitado.Para que Él no se moviera, pusieron en la entrada de la tumba una piedra de amolar y junto a la roca un guardia. Pero el muerto salió. Y la historia tomó otro rumbo, y terminó desembocando en la vida eterna, el lugar de la muerte infinita.

La Iglesia exhorta, en la entrada del sepulcro vacío, a los jefes de Estado, reyes y magistrados a entender; para ellos, es difícil comprender, tanto que repiten infinitamente los mismos errores: salen de una dictadura y preparan otra; se levantan de la segunda guerra y preparan la tercera; sanan los desastres de los pueblos sumando nuevos lutos.

En la escena de la resurrección, pasan figuras dulces de mujeres. En ellas el amor ha vencido el temor; y mientras que los apóstoles estaban encerrados en clandestinidad, ellas salen a buscar al Amor: y descubren que ha resucitado. Descubren la confirmación del Evangelio: que la religión de Jesús es todo un duelo contra la muerte, y una victoria sobre ella; de hecho su sustancia es un amor que no conoce límites. La belleza termina, el honor se acaba, la justicia se frena ante los límites del derecho, pero el amor no conoce barreras, va más allá de los surcos del mal, vence la muerte. Después con los sacramentos asegura la continua resurrección del mal, que es la sustancia de la muerte; los sacramentos en cambio son sustancia de vida, son productos del amor, como la redención y como la Iglesia.

Al cristiano no le está permitida la desesperación, no le está permitido abatirse a los pies de la muerte. Pueden derrumbarse sus casas, puede perder sus riquezas: él se levanta, y sigue luchando: lucha contra el odio. El cristianismo resiste en cuanto se mantiene la fe en la resurrección.

La resurrección de Cristo, nuestra Cabeza, que en Él se injerta y nos hace partícipes de su vida, nos obliga a no desesperarnos nunca. Nos da el secreto para levantarnos de cada caída. Nos da las armas para la lucha y para vencer la muerte; el espíritu, si está injertado en Cristo, prevalece. La nuestra es la religión de la vida: la única donde la muerte ha sido victoriosamente y, si queremos, definitivamente, expulsada.

Hoy, nosotros estamos en la tierra, pero unidos al espíritu cristiano, el pueblo resucitará. Mientras tanto así como María, que recogió al Hijo desclavado y lo sostuvo entre sus brazos, la Iglesia sostiene en su seno a la humanidad crucificada. Y la prepara para la resurrección.

La resurrección de Cristo debe ser el motivo del renacimiento de nuestra fe, esperanza y caridad: victoria de nuestras obras sobre las tendencias de la muerte. Renacimiento de cada uno, en unidad de afectos, con el vecino; y de cada pueblo, en concordia de obras, con los otros pueblos.

San Agustín teniendo que recapitular en un discurso pascual el proceso de nuestra resurrección, no encontró nada mejor que citar al apóstol del amor, quien dijo: “Hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos”.

Es decir: amémonos entre nosotros, para ayudarnos a vivir: Así resucitaremos.

Igino Giordani, Le Feste, SEI, Turín, 1954, pp.116-125.

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