¿Quién no ha visto llorar a un niño y echarse en los brazos de su madre? Suceda lo que suceda, sea cosa pequeña o grande, la madre le seca las lágrimas, lo cubre de cariño y al poco rato el niño vuelve a sonreír. A él le basta con sentir su presencia y su afecto. Así hace Dios con nosotros, comparándose con una madre.

Con estas palabras Dios se dirige a su pueblo que ha vuelto del exilio en Babilonia. Después de haber visto demoler sus casas y el Templo, después de haber sido deportado a tierra extranjera, donde ha experimentado decepción y desánimo, el pueblo vuelve a su patria y debe volver a empezar a partir de las ruinas que ha dejado la destrucción sufrida.

La tragedia vivida por Israel es la misma que se repite para tantos pueblos en guerra, víctimas de actos terroristas o de explotación inhumana. Casas y calles en ruinas, lugares símbolo de su identidad arrasados, saqueo de bienes, lugares de culto destruidos. Cuántas personas secuestradas, millones se ven obligadas a huir, miles encuentran la muerte en el desierto o en el mar. Parece un apocalipsis.

Esta Palabra de vida es una invitación a creer en la acción amorosa de Dios incluso donde no se percibe su presencia. Es un anuncio de esperanza. Él está al lado de quienes sufren persecución, injusticias y exilio. Está con nosotros, con nuestra familia, con nuestro pueblo. Conoce nuestro dolor personal y el de la humanidad entera. Se ha hecho uno de nosotros hasta morir en la cruz. Por eso sabe comprendernos y consolarnos. Precisamente como una madre, que sienta al niño en sus rodillas y lo consuela.

Hace falta abrir los ojos y el corazón para «verlo». En la medida en que experimentemos la ternura de su amor, conseguiremos transmitirla a todos los que viven inmersos en el dolor y en la prueba; seremos instrumentos de consuelo. Así lo sugiere el apóstol Pablo a los corintios: «consolar nosotros a los demás en cualquier lucha mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2 Co 1, 4).

Es también la experiencia íntima y concreta de Chiara Lubich: «Señor, dame a todos los que están solos… He sentido en mi corazón la pasión que invade al tuyo por todo el abandono en que está sumido el mundo entero. Amo a todo ser enfermo y solo. ¿Quién consuela su llanto? ¿Quién llora con él su muerte lenta? Y ¿quién estrecha contra su pecho el corazón desesperado? Haz, Dios mío, que sea en el mundo el sacramento tangible de tu amor: que sea tus brazos, que abrazan y transforman en amor toda la soledad del mundo»[1].

FABIO CIARDI

[1] C. Lubich, Meditaciones, Ciudad Nueva, Madrid 1964, 200710, p. 22. Ed. en catalán en Escrits espirituals/1, Ciutat Nova / Publicacions de l’Abadia de Montserrat 1982, p. 33.

5 Comments

  • bellissima questa parola di vita, non solo dà conforto per l»‘amore materno» di Dio verso di noi, che se facciamo attenzione, sperimentiamo incessantemente nel quotidiano, nello stesso tempo aiuta ad essere anche noi segno di speranza e consolazione per gli altri.

  • Soy consciente de qué Dios me sostiene y me consuela y a la vez me proporciona Paz. Ya qué son muchísimas veces qué me viene la palabra » IMPOTENCIA » Ante todo lo qué está pasando y cómo nos recuerdan, no es » NUEVO «. Y he llegado a una conclusión desde hace tiempo. Lo qué está a mi mano, hacerlo. Y donde sé qué no puedo llegar Pedir por los qué tienen las posibilidades de hacer , lo OPORTUNO PARA ÉL BIEN COMÚN. Y amar y servir ,consolar a los qué están en mi entorno. Pedir a Dios .Ayuda

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