20160306-01«Lo que no debía suceder ha sucedido; ha estallado la aterradora guerra y en el mundo entero estamos en suspenso ante la duda de que pueda extenderse e involucre a otros pueblos». Estamos a pocas semanas de la invasión de Estados Unidos en Irak (17 de enero de 1991) como respuesta a la invasión de las tropas iraquíes en Kuwait (2 de agosto de 1990). En las páginas de Città Nuova, Chiara Lubich vuelve a hablar de la paz. Las que publicamos son sus palabras en un editorial de febrero de1991.

«No obstante las muchas oraciones, Dios ha permitido la guerra. ¿Por qué? Porque la voluntad de alguno de los responsables no ha coincidido con la suya, expresada por la voz coral de aquellos que tenían mayor razón y que el Santo Padre, la más grande autoridad espiritual y moral del mundo, resume y concentra en sus continuos llamamientos a la paz, a la inutilidad de la guerra para resolver cada problema, y evitar así sus consecuencias catastróficas.

Esperamos solamente que, en los misteriosos planes de Dios, Él, con su infinito amor, sepa y quiera sacar algún bien de este inmenso mal. No lo mereceríamos, pero conocemos la inmensidad de su misericordia.

Por esto y sobre todo para que vuelva la paz, no dejemos de rezar. Deberá ser aún más intenso el time-out cada día a las 12 (hora italiana) para pedir, unidos, la paz.

En este momento, además, todos debemos sentirnos llamados a seguir con decisión una línea de vida que corrija, al menos dentro de nosotros (pero por la comunión de los santos, en muchos), el error que se ha cometido. Los hombres no han hecho la voluntad de Dios, del Dios de la paz, han hecho la propia.

Debemos imponernos, como nunca lo hemos hecho, para cumplir perfectamente su voluntad. «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Estas palabras de Jesús deben asumir para nosotros, hoy, una importancia muy particular. Frente a éstas, cualquier otra cosa debe ser secundaria. No tiene que importarnos tanto en nuestra vida, por ejemplo, estar sanos o enfermos,  estudiar o servir, dormir o rezar, vivir o morir. Lo importante es que hagamos nuestra su voluntad, que seamos su voluntad viva.

Así vivíamos en los primeros tiempos de nuestro Movimiento cuando, precisamente en medio de otra guerra, el Espíritu apenas nos había iluminado acerca del valor de las cosas. Frente al derrumbe provocado por el odio, Dios se había revelado como el único ideal que no muere, que ninguna bomba puede hacer caer.

Dios Amor. Este gran descubrimiento era una bomba espiritual de tal magnitud, que nos hizo olvidar literalmente todas las que caían alrededor, por la guerra. Descubríamos que más allá de todo y de todos, está Dios que es Amor, está su providencia que, para aquellos que lo aman, hace que todo coopere al bien. Descubríamos la huella de su amor en todas las circunstancias, también bajo los azotes del dolor. Él nos amaba inmensamente. Y nosotros ¿cómo corresponder a su amor? «No quien dice Señor, Señor, sino quien hace mi voluntad, ése me ama». Podíamos, por tanto, amarlo haciendo su voluntad.

Viviendo así nos habituamos a escuchar con creciente atención “la voz” dentro de nosotros, la voz de la conciencia que nos subrayaba la voluntad de Dios expresada de las más diferentes maneras: a través de su Palabra, los deberes del propio estado, las circunstancias, las inspiraciones.

Teníamos la certeza que Dios habría llevado nuestra vida hacia una divina aventura, antes desconocida para nosotros, donde, espectadores y actores al mismo tiempo de su designio de amor, dábamos, momento tras momento, la contribución de nuestra libre voluntad.

Poco después nos hizo entrever destellos sobre nuestro futuro, haciéndonos captar con seguridad el fin para el cual el Movimiento estaba naciendo: realizar la oración del testamento de Jesús: «Padre, que todos sean uno», colaborar a la realización de un mundo más unido.

También ahora podemos vivir de este modo. ¿Hemos tenido un brusco y doloroso cambio de vida? ¿Debemos correr muy a menudo a los refugios, exactamente como en aquellos lejanos tiempos? ¿Vivimos momentos de miedo, de angustia, de duda incluso de que nos quiten la vida? O ¿llevamos la vida de siempre, con nuestras tareas de cada día, lejos todavía del peligro? Valga para todos lo que más vale: no esto o aquello, sino la voluntad de Dios: ponernos a la “escucha”, ponerla en el primer lugar en nuestro corazón, en la memoria, en la mente; poner, antes que cualquier otra cosa, todas nuestras fuerzas a su servicio.

Rectificaremos así, al menos en nosotros, el error que se ha cometido. Cristo permanecerá en nuestro corazón y así, estaremos todos más compactos, más unidos, seremos más “uno”, compartiendo cada cosa, rezando con eficacia los unos por los otros y para que vuelva la paz».

Chiara Lubich: Attualità leggere il proprio tempo, Città Nuova Ed., pag.85-87. Originalmente publicado en Città Nuova n. 4/1991

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