Un tesoro inestimable que hemos recibido de Jesús mismo es su palabra, que es palabra de Dios. Este regalo “[…] implica de nuestra parte una gran responsabilidad […]. Dios nos dio su palabra para que pudiéramos hacerla fructificar. Él quiere ver esa profunda transformación, de la que es capaz, en nuestras vidas y en nuestra acción en el mundo” .

Confianza renovada
Nuestra situación económica se había vuelto muy precaria. Un domingo, renunciamos con amargura a una excursión, sin siquiera tener el dinero para la gasolina, vamos a pie a la iglesia. Durante la misa, las lecturas parecen estar dirigidas precisamente a nosotros, y en particular las palabras: “La harina de la tinaja no se agotó ni disminuyó el aceite del cántaro”. Volvemos a casa con renovada confianza. Por la tarde, por casualidad, nos encontramos en la calle con la persona con la que no se había concluido la venta de un terreno meses antes. Hablamos de eso y en unos minutos se llega a un acuerdo.
(L. y S. – Italia)

Me enseñó lo que es la coherencia
Después de la muerte de mi padre, siguieron años oscuros, con experiencias muy negativas y una gran decepción por no poder ingresar a la Academia de la Fuerza Aérea, que tanto deseaba. En ese momento conocí a una persona, un verdadero cristiano, muy comprometido en familia, en el trabajo, en el sindicato y con las personas que vivían a su lado. Su ejemplo me enseñó qué es la coherencia con el ideal cristiano: estar al mismo tiempo unidos a Dios y disponibles para el prójimo.
(Ettore – Italia)

Un regalo en cada nacimiento
Cuando nos casamos, yo solo hacía guardias médicas nocturnas y mi esposa era fisioterapeuta. Vivíamos con poco dinero, pero esto no nos parecía ser una razón suficiente para cerrarnos a la vida. Cada nacimiento de un hijo (ahora tenemos cuatro) ha coincidido con una nueva etapa en la carrera, casi un regalo que traía el recién nacido. Incluso hoy experimentamos día a día el amor concreto desde lo Alto, tan abundante que logramos poner una parte en común con otras personas.
(Michele – Italia)

El cartero
Había pedido una plancha y una tabla que tenían que llegar por correo. El cartero me había entregado solo lo primero, justificando que no había encontrado lugar en el auto para la tabla, y me dijo que podía recogerla directamente en la oficina de correos. Cuando fui a la oficina, el empleado, enojado, me dice que el cartero estaba obligado a entregarme también la tabla, tal vez cargándola al final del recorrido. Al día siguiente, el cartero me dijo que había recibido un buen regaño y se disculpó conmigo. “Para mí, la historia termina aquí – le respondí – ¡seguimos siendo amigos como antes!”. El domingo siguiente, durante una fiesta, recibí como regalo un árbol de papel con la Palabra de Vida de ese mes: “Siempre estamos felices en el Señor”. Inmediatamente me vino a la mente: ¿y si se lo doy al cartero? Así lo hice, y al día siguiente lo coloqué encima del buzón. Cuando volví a casa encontré una nota con un corazón dibujado y una palabra: “Gracias”.
(Mónica – Suiza)

recogido por Chiara Favotti

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