Las palabras de San Pablo “Alégrense con quienes están alegres; lloren con los que lloran” (Rom 12,15) son una invitación a “hacerse uno”, a “ponerse en los zapatos del otro”, como expresión concreta de una caridad auténtica. Poniéndola en práctica podremos ver un cambio en los ambientes donde estamos, empezando por las relaciones en nuestras familias, escuelas, lugares de trabajo, comunidades, y experimentaremos con gratitud que el amor sincero y gratuito, antes o después regresa y se vuelve recíproco.

Acogida
A nuestra comunidad se le confió una mujer con un pasado difícil. Cuando nos dimos cuenta de quién era, se volvió difícil la relación con ella. De hecho habíamos sabido que había matado a su hijo y que no había ido a la cárcel porque estaba embarazada y deprimida. Aunque el párroco nos recordaba que no teníamos que juzgar, era igualmente difícil no tener delante su pasado. Con el tiempo, ayudados por el párroco, esa mujer se convirtió en la medida de nuestra capacidad de acogida. En este esfuerzo de “ver con otros ojos” nuestra comunidad dio un salto de calidad. Nos pareció que, precisamente a través de esa mujer necesitada de nuestra misericordia, Dios nos estaba dando una gran lección de Evangelio. Pero el verdadero don fue cuando un día, llorando, ella nos contó su historia, los tramas que había vivido y la violencia que había sufrido y después nos agradeció porque le habíamos hecho experimentar que el amor existe y que el mundo no es tan malo como lo que ella había conocido.
(M.P. – Alemania)

Un instituto para niños sordomudos
Nuestro instituto es en parte subvencionado por el Estado, y en parte auto-financiado mediante pequeñas actividades artesanales internas, pero las necesidades son siempre muchas. Un día pasó entre nosotros el pariente de un alumno diciéndonos que no sabía ni cómo ni dónde encontrar dinero para resolver un problema. Tomé la última cantidad que había en la caja y se la di. En la tarde recibimos la visita de una señora desconocida: “Vi en el jardín la estatua de la Virgen y me detuve a rezar. Lo que ustedes hacen merece admiración y respeto. No sé qué puedo hacer por ustedes, pero quizás esto les pueda servir”. Y nos ofreció un billete que era el doble de la suma que habíamos dado en la mañana.
(J. – Líbano)

En el crucero
No recuerdo a mi madre sana, sino siempre sufriente y en los últimos años siempre en cama. Mi padre, a pesar de tener una carrera brillante, llena de éxitos, pasaba el tiempo a su lado.
Un día me invitaron a un crucero y acepté, aferrándome a mil excusas para pensar que me lo merecía. Durante el viaje, mientras un colega me hablaba se su familia, me di cuenta de que tenía poco que decir de mi parte, es más casi me avergonzaba de una situación dolorosa sin solución. Cuando él me preguntó por mis papás y le conté cómo mi papá se prodigaba con mi mamá, me sentí orgulloso de tener un padre así y entendí el valor mismo del dolor. Regresando a casa, le pedí perdón a los míos, no tanto porque me había ido de vacaciones, sino porque no había sabido intuir que tenían necesidad de mí. Con el “crucero” cambió mi vida. Los últimos días de mi madre se convirtieron en un don, para toda la familia.
(S.S. – España)

Pedir disculpas
Esa mañana, en la cocina, mi esposa y yo estábamos ansiosos por problemas no resueltos; todo nos parecía negro y destinado a hacer nacer entre nosotros, como ya había sucedido otras veces, un pleito furibundo. Por un momento me detuve, ¿todas las promesas de volver a empezar hechas delante de Dios eran válidas o se habían esfumado? Me acerqué a mi esposa y, aunque me costaba, le pedí disculpas. Ella reaccionó enseguida diciendo que todo era culpa suya… Cuando llegaron los niños, no sólo encontraron el desayuno listo, sin a sus padres que crecían junto a ellos, deseosos de transmitir a los hijos la clave justa para vivir bien la vida.
(R.H. – Eslovaquia)

A cargo de Stefania Tanesini
(Tomado del Evangelio del día, Città Nuova, año V, n.6,noviembre-diciembre 2019)

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