Movimiento de los Focolares

Noviembre 2011

Nov 1, 2011

«Estad, pues, muy atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13).

«Estad, pues, muy atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora». Con estas palabras Jesús nos recuerda sobre todo que Él vendrá. Nuestra vida en la tierra se terminará y empezará una vida nueva que ya no tendrá fin. Hoy nadie quiere hablar de la muerte… A veces hacemos lo que sea para distraernos, nos metemos de lleno en las ocupaciones cotidianas y llegamos a olvidar a Aquel que nos ha dado la vida y que nos la volverá a pedir para introducirnos en la plenitud de la vida, en la comunión con su Padre, en el Paraíso. ¿Estaremos preparados para el encuentro con Él? ¿Tendremos la lámpara encendida, como las vírgenes prudentes que esperan al esposo? Es decir, ¿estaremos en el amor? ¿O bien nuestra lámpara estará apagada porque, inmersos en las muchas cosas que hay que hacer, en las alegrías efímeras, en la posesión de bienes materiales, nos hemos olvidado de lo único necesario, que es amar? «Estad, pues, muy atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora». Pero ¿cómo velar? Ante todo sabemos que vela bien precisamente el que ama. Lo sabe la esposa que espera a su marido que llega tarde del trabajo o que debe volver de un largo viaje; lo sabe la madre que está intranquila porque su hijo todavía no ha vuelto a casa; lo sabe el enamorado, que no ve la hora de reunirse con su amada… Quien ama sabe esperar aunque el otro tarde. Esperamos a Jesús si lo amamos y deseamos ardientemente el encuentro con Él. Y lo esperamos amando concretamente, sirviéndole, por ejemplo, en quienes tenemos cerca o comprometiéndonos a construir una sociedad más justa. El propio Jesús nos invita a vivir así en la parábola del siervo fiel que, mientras espera a su señor, se encarga de los criados y de los asuntos domésticos; y en la de los siervos que, en espera también de que vuelva su señor, se esfuerzan por sacar provecho de los talentos que han recibido. «Estad, pues, muy atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora» Precisamente porque no sabemos ni el día ni la hora en que va a llegar, podemos concentrarnos más fácilmente en el hoy que se nos da, en el afán de cada día, en el presente que la Providencia nos ofrece para vivir. Hace tiempo me dirigí espontáneamente a Dios con esta oración que quisiera recordar ahora:

«Jesús, Hazme hablar siempre como si fuese la última palabra que digo. Hazme actuar siempre como si fuese la última acción que hago. Hazme sufrir siempre como si fuese el último sufrimiento que tengo para ofrecerte. Hazme rezar siempre como si fuese la última posibilidad que tengo aquí en la tierra de conversar contigo».

Chiara Lubich

 Palabra de vida, noviembre 2002, publicada en Ciudad Nueva nº 393.

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