La “cultura de la unidad” que surge del “carisma de la unidad” lleva a la persona que se adhiere a una plena realización de su potencial humano, a la luz de los principios del Evangelio. Este modo de vivir unitario no puede dejar de tener un reflejo en cada uno de los ámbitos en los cuales la persona se encuentra, vive y actúa. Escribía Chiara Lubich en 1968: «El amor es luz, es como un rayo de luz, que, cuando atraviesa una gota de agua, se despliega en un arco iris, en el que se pueden admirar los siete colores. Son todos colores de luz que, a su vez, se despliegan en infinitas gradaciones. Y así como el arco iris es rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo/añil y violeta, el amor, que es la vida de Jesús en nosotros, asumiría distintos colores, se expresaría de varias maneras, diferente una de otra. El amor, por ejemplo, es comunión, lleva a la comunión. Jesús en nosotros, porque es Amor, realizaría la comunión. El amor no se encierra en sí mismo, es difusivo de por sí. Jesús en nosotros, el Amor, sería irradiación de amor. El amor eleva el alma. Jesús en nosotros elevaría nuestra alma a Dios. Y esto es la oración. El amor sana. Jesús, el centro del amor, sería la salud de nuestra alma. El amor reúne a las personas en asamblea. Jesús en nosotros, porque es amor, reuniría los corazones. El amor es fuente de sabiduría. Jesús en nosotros, el Amor, nos ilumina. El amor compone a muchos en uno, es unidad. Jesús en nosotros nos fundiría en uno. Éstas son las siete expresiones principales del amor que teníamos que vivir. El siete sirve para indicar un número al infinito».
Amar a todos
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