En la clase donde yo enseñaba había una chica que estaba siempre encerrada en sí misma. Me habían dicho que tenía sida.
¿Qué podía hacer por ella? Empecé a llevarla a veces a casa, al finalizar el día. Me di cuenta de que estaba llegando a la desesperación. Un día decidí llamar a su padre, que nunca antes había encontrado. Estaba segura de que sería posible hacer algo por ella.
Cuando le encontré, escuché una historia trágica: 20 años de abusos de drogas, la cárcel, la muerte de la madre…etc. El día después recibí un mensaje suyo: “He entendido que usted, en la escuela, quiere a mi familia”.
Con mucha atención, logré acercarme a ella cada vez más. Involucrando a otros nació una cadena de solidaridad. Encontramos mil modos distintos, junto con los otros profesores, para que participara activamente en la vida escolar. Parecía que poco a poco volviera a la vida.
Un día vino a verme y me preguntó: “¿Qué sucede cuando morimos?”. Sentí que podía compartir con ella el tesoro de mi vida. Le conté del paraíso, del amor, de mi experiencia con Jesús. Al final me dijo: “también yo quiero vivir así”. Fue un momento de luz especial para ella y para mí. Su dolor, tan misterioso, tenía un objetivo.
Fuente: http://www.focolare.se
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