«En estos días, volviendo de Rocca di Papa a Roma, tuve una extraña impresión, que ya tuve cuando en el otoño volví de Ala di Stura: sentía que Roma era nuestra casa porque allí vivía el Papa
Ayer, yendo del Centro Mariápolis hacia la Ciudad eterna, me parecía que Roma estuviese cubierta totalmente por un gran corazón: el corazón del Papa.
Leí en estos días, algunos escritos espléndidos del Santo Padre. El miércoles pasado, mencionando la fiesta de S. Catalina, en la audiencia general se expresó así:
“Sí, la fuerza del Papa es el amor de sus hijos, es la unión de la comunidad eclesiástica, es la caridad de los fieles que bajo su guía forman un corazón solo y un alma sola. Esta contribución de energía espiritual, que va del pueblo católico a la jerarquía de la Iglesia, del cristiano particular hasta el Papa, nos hace pensar en la Santa, que mañana la Iglesia honrará con una fiesta especial, S. Catalina de Siena, la humilde, sabia, impávida virgen dominicana, que, como todos saben, amó al Papa y a la Iglesia, como no se sabe quien otro hubiese podido hacerlo con semejante altura y semejante fuerza de espíritu”(1)
Leyendo estas líneas habría deseado que el Papa, por la comunión de los santos, advirtiese también en nuestro Movimiento una colaboración a su fuerza, porque nosotros lo amamos, al Papa; porque queremos incrementar con nuestro espíritu, bajo la guía de la Iglesia, la comunidad cristiana y porque nuestro ideal es la caridad».
(De “Chiara Lubich, diario 1964/65”, Ed. Città Nuova, 1985, Roma)
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