Movimiento de los Focolares

“Un canto al amor de Dios”

Mar 17, 2008

Homilía de Su Eminencia el cardenal Tarcisio Bertone al funeral de Chiara Lubich - 18 de marzo 2008

Eminencias reverendísimas, Excelencias reverendísimas, Autoridades ilustres, Queridos miembros del Movimiento de los Focolares Queridos hermanos y hermanas, La primera lectura nos ha vuelto a proponer que meditemos sobre el conocido pasaje del libro de Job. El justo puesto duramente a prueba proclama, casi grita: «Yo sé que mi redentor está vivo… lo veré yo mismo, mis ojos lo contemplarán no como extranjero». Al mismo tiempo que despedimos a Chiara Lubich, las palabras del san-to Job evocan en nosotros el recuerdo del ardiente deseo del encuentro con Cristo que caracterizó toda su existencia y, de un modo más intenso, los últimos meses y días, probados por el agravarse de la enfermedad que la despojó de todas sus ener-gías físicas, en una gradual subida al calvario que culminó con el dulce retorno al seno del Padre. Chiara ha recorrido la etapa final de la peregrinación terrena acompañada por las oraciones y el afecto de los suyos, que han estado estrechamente unidos a ella en un grande e ininterrumpido abrazo. Débil pero decidido fue, en medio de la noche, su último «sí» al místico esposo de su alma, Jesús «abandonado-resucitado».  Ahora todo está completamente cumplido: el sueño de los comienzos se ha hecho realidad, el anhelo apasionado se ha visto saciado. Chiara se encuentra con Aquel que tanto amó sin verlo y, llena de gozo, puede exclamar: «¡Sí, mi redentor está vivo!». La noticia de su muerte ha suscitado un amplio eco de condolencia en todos los ambientes, entre miles de hombres y mujeres de los cinco continentes, creyentes y no creyentes, poderosos y pobres de la tierra. Benedicto XVI, que inmediatamente mandó su confortante bendición, ahora renueva a través de mí su seguridad de su participación en el gran dolor de su familia espiritual. Representantes de otras Iglesias cristianas y de distintas religiones se unieron al coro de admirable estima y de profunda participación. También los medios de comu-nicación han puesto de relieve el trabajo que ella llevó a cabo para difundir el amor evangélico entre personas de distinta cultura, fe y formación. De hecho −lo podemos decir con propiedad– la vida de Chiara Lubich es un canto al amor de Dios, a Dios que es Amor. «Quien está en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él». ¡Cuántas veces meditó Chiara estas palabras y cuántas veces las reprodujo en sus escritos, por ejemplo en las «palabras de vida» a las que han acudido cientos de miles de personas para su formación espiritual! No hay otro camino para conocer a Dios y pa-ra dar sentido y valor a la existencia humana. Sólo el Amor divino nos hace capaces de «generar» amor, de amar incluso a los enemigos. Ésta es la novedad cristiana, aquí está todo el Evangelio. Pero ¿cómo vivir el Amor? Después de la Última Cena, en medio de la conmovida despedida de los apóstoles −lo hemos escuchado hace poco– Jesús pide «para que todos sean uno». Es la oración de Cristo lo que sostiene el camino de sus amigos de todas las épocas. Es su Espíritu el que suscita en la Iglesia testimonios de Evangelio vivo; y sigue siendo Él, el Dios vivo, el que nos guía en las horas de tristeza y duda, de dificultad y de dolor. El que a Él se confía nada teme, ni el esfuerzo de cruzar ma-res tempestuosos ni obstáculos ni adversidades de ningún tipo. Quien construye su casa sobre Cristo, construye sobre la roca del Amor, que todo lo soporta, todo lo es-pera, todo lo vence. El siglo XX está cuajado de astros luminosos de este amor divino. Por ello no sólo habrá que recordarlo por las maravillosas conquistas conseguidas en el campo de la técnica y de la ciencia o por el progreso económico, que −lamentablemente− no ha eliminado, sino que incluso ha acentuado la injusta distribución de los recursos y de los bienes entre los pueblos; no pasará a la historia sólo por los esfuerzos desplega-dos en el construir la paz, que desgraciadamente no han impedido crímenes horren-dos contra la humanidad y conflictos y guerras que no cesan de ensangrentar am-plias regiones de la tierra. El siglo pasado, si bien cargado de no pocas contradiccio-nes, es el siglo en el que Dios suscitó innumerables y heroicos hombres y mujeres que, a la vez que curaban las heridas de los enfermos y los que sufren y compartían la suerte de los pequeños, de los pobres y de los últimos, distribuían el pan de la ca-ridad que sana los corazones, abre las mentes a la verdad, restituye confianza y ánimo a vidas destrozadas por la violencia, por la injusticia y por el pecado. Algunos de estos pioneros de la caridad la Iglesia los considera ya como santos y beatos: Don Guanella, D. Orione, D. Calabria, la Madre Teresa de Calcuta y otros más. También fue el siglo en el que nacieron nuevos movimientos eclesiales, y Chiara Lubich ocupa un lugar en esta constelación con un carisma que es completamente peculiar y que caracteriza su fisonomía y su acción apostólica. La fundadora del Mo-vimiento de los Focolares, con un estilo silencioso y humilde, no crea instituciones de asistencia y promoción humana, sino que se dedica a encender el fuego del amor de Dios en los corazones. Suscita personas que sean amor en sí mismas, que vivan el carisma de la unidad, de la comunión con Dios y con el prójimo; personas que difun-dan «el amor-unidad» haciendo de sí mismas, de sus casas y de su trabajo un «focolar» donde el amor arde, se hace contagioso e incendia todo lo que está a su alre-dedor. Misión ésta posible a todos porque el Evangelio está al alcance de todos: obispos y sacerdotes, chicos, jóvenes, adultos, consagrados y laicos, casados, fami-lias y comunidades, todos llamados a vivir el ideal de la unidad: «¡Que todos sean uno!». En la última entrevista que ella concedió y que apareció precisamente en los días de su agonía, Chiara afirma que «es la maravilla del amor mutuo, la linfa vital del Cuerpo místico de Cristo». Así es como el Movimiento de los Focolares se compromete a vivir al pie de la letra el Evangelio, «la revolución social más potente y eficaz» y de él surgen los movi-mientos Familias Nuevas y Humanidad Nueva, la editorial Ciudad Nueva, la ciudadela de Loppiano y otras ciudadelas de testimonio en los distintos continentes y ramas laicas, como por ejemplo los «Voluntarios de Dios». En el clima de renovación suscitado por el pontificado del beato Juan XXIII y por el Concilio Vaticano II, encontró terreno fértil su valiente apertura ecuménica y la búsqueda del diálogo entre religiones. En los años de la protesta juvenil, el Movimiento Gen llegó a miles y miles de jóvenes, los fascinó con el ideal del amor evangélico y amplió después su radio de acción con los «Jóvenes por un mundo unido». La propuesta del Evangelio sin paliativos también la quiso hacer Chiara a los niños, a los chicos, para los que fundó el movimiento «Chicos y chicas por la unidad». En Brasil, para aliviar las condiciones de los que vivían en la periferia de las metrópolis, lanzó el proyecto de una «economía de comunión en la libertad», formulando una nueva teoría y praxis económica basa-das en la fraternidad, para un desarrollo sostenible en beneficio de todos. ¡Ojalá el Señor quisiera que muchos estudiosos y operadores económicos asumieran la economía de comunión como un recurso serio para programar un nuevo orden mundial compartido! Y también otros muchos encuentros con los representantes de distintas religiones, con personas destacadas de la política y del mundo de la cultura! Mariápolis, ciudad de Maria es como quiso llamar a los encuentros y a las pro-puestas de una sociedad renovada por el amor evangélico. ¿Por qué ciudad de Ma-ría?  Porque para Chiara la Virgen es «la preciosísima llave para entrar en el Evange-lio». Y quizá precisamente por eso, fue capaz de resaltar en la Iglesia, de manera eficaz y constructiva, su «perfil mariano». Decidió confiar su obra a María dándole precisamente su nombre: Obra de María. Así la Obra −afirma Chiara− «permanecerá en la tierra como otra María: toda Evangelio, nada más que Evangelio; y puesto que es Evangelio, no morirá». Y ¿cómo no imaginar que precisamente la Virgen acompa-ñe a Chiara en su llegada a la eternidad? Queridos hermanos y hermanas, continuemos con la celebración eucarística lle-vando al altar nuestro gracias al Señor por el testimonio que nos deja esta hermana en Cristo, por sus intuiciones proféticas, que han precedido y preparado los grandes cambios de la historia y los acontecimientos extraordinarios que ha vivido la Iglesia en el siglo XX. Nuestro gracias se une al de Chiara. Considerando los muchos dones y gracias recibidos, Chiara decía que, cuando se presentase ante Dios y el Señor le preguntase su nombre, respondería sencillamente: «Mi nombre es GRACIAS. Gracias, Señor, por todo y por siempre». A nosotros, especialmente a sus hijos espirituales, les toca la misión de seguir la misión iniciada por ella. Desde el Cielo, donde nos gusta pensar que ha sido acogida por Jesús, su esposo, seguirá caminando con nosotros y ayudándonos. Hoy, al salu-darla con afecto, volvemos a escuchar de su voz esas palabras que ella tantas veces amó repetir: «Quisiera que la Obra de María, al final de los tiempos, cuando tenga que presentarse compacta delante de Jesús abandonado-resucitado, pueda repetirle – haciendo suyas las palabras que siempre me han conmovido del teólogo Jacques Leclercq: “… En tu día, Dios mío, iré hacia ti… iré hacia ti, Dios mío […] y con mi sueño más loco: llevarte el mundo entre mis brazos”». Éste es el sueño de Chiara; que sea también nuestro más ardiente deseo: «Padre, que todos sean uno, para que el mundo crea». ¡Amén!

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