Para los antiguos, Cristo quería decir rey. Pero Cristo fue un rey que no encajaba en el esquema aceptado, porque nació en un establo de una hija de campesinos, entre ganado y pastores. Allí donde los demás soberanos procedían desde lo alto, descendiendo de tronos y alcobas, para dominar, él vino desde abajo – desde el último estrato, para servir; por debajo de todos para ser el siervo universal. E hizo que su realeza consistiera precisamente en este servicio. Todo es sencillo y encantador, como un idilio, en este nacimiento de un niño en el corazón de la noche ventosa – en el corazón de la noche de los tiempos -; y todo es al mismo tiempo trágico y revolucionario, porque este nacimiento es preludio de un patíbulo. Este hijo de rey, este hijo de Dios, aparece entre criaturas humildes, en un refugio precario, tal como un refugiado rechazado por la gente adinerada e ignorado por aquella miserable; y desde la nada pone en marcha la revolución. Cuando apareció el Salvador, una gran luz iluminó la noche. La noche permanece, pero permanece también la luz, y en el cristianismo siempre es Navidad. Y Navidad trae la alegría entre las lágrimas, incluso hoy. Desde que Dios descendió entre nosotros, nosotros subimos hasta Dios; Él se humaniza y nosotros nos divinizamos; el punto de encuentro es Su corazón. Jesús nació en un establo, para demostrarnos que puede nacer también en nuestro corazón, que a veces es una habitación igualmente sórdida Y cuando nace en nuestro corazón, así como por encima de la gruta se elevaron los ángeles a cantar, resplandece en la noche la luna y en la tierra llueve la paz. Es así que, de cierta forma, el Verbo – la razón – se encarna hoy entre nosotros, y puede transformar un establo en un vestíbulo de Paraíso. Igino Giordani Le Feste S.E.I. (1954) pp. 36-42
Ser “prójimos”
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