Bolívar, a 3200 metros sobre el nivel del mar. En este pueblito andino de Perú, que queda a 25 horas de viaje en autobús, de Lima, se realizó por primera vez la Mariápolis en el pasado mes de agosto. “Un sueño que se hizo realidad y que nos hizo experimentar el amor especial de Dios” fue el comentario de algunos de los participantes.
Para esa ocasión el pueblo entero se vio involucrado en la novedad del acontecimiento y las personas procedentes de otras comunidades fueron huéspedes de los pobladores. Fue impresionante ver la dignidad de las personas, que vestían los trajes típicos, los mejores que tenían, como en los días de fiesta.
Algunos de los 190 participantes, para poder pagar la estadía de la Mariápolis, pusieron en acción una actividad difundida en esa zona, el “trueque”, contribuyendo alguno con dos atados de leña, otro con una bolsa de papas o cebollas u otras verduras.
La numerosa presencia de jóvenes y adolescentes – casi el 60% de los presentes- dio un tono característico a las jornadas. Olga María y Walter, focolarinos, que participaron en la organización escriben: “Cuando comenzamos a cantar la primera canción, poco a poco se agregaron algunas chicas y al final toda la sala participaba y el escenario se llenó de jóvenes y niños felices”
El programa se centró en el arte de amar, con ejemplos y experiencias de la vida cotidiana. Un momento vivido con intensidad se desarrolló alrededor del tema del perdón, con una ceremonia penitencial precedida por la lectura de un escrito de Chiara Lubich.
El último día, todos, grandes y pequeños, quisieron comunicar por escrito la experiencia vivida durante esos días. Laurita, quinceañera, escribe: “La Mariápolis fue muy importante para mi, porque aprendimos a amar, compartir, ver a Jesús en el otro. Chiara nos enseña a vivir en familia”. Jhayro Jhulián, de 7 años, dice: “De ahora en adelante me portaré bien y obedeceré a mis padres. Creo más en Dios e iré a Misa todos los domingos”. Deicy, de 38 años: “Estos días me ayudaron a dar un nuevo rumbo a mi vida, sin pensar sólo en mis problemas, sino viviendo al servicio de los demás y siguiendo el ejemplo de Jesús concretamente” Edgar, 42 años: “Aprendí a amar al prójimo y a perdonar. Me siento más sereno y unido a Dios”.
“Llegando a Bolívar – concluyen Olga María y Walter- tuvimos la idea de dibujar en la pared del salón una gran ciudad, en la cual, después de algunos gestos de amor cumplidos por los participantes, se pintaba un sector. Al final de la Mariápolis la ciudad estaba muy colorida y linda, fruto del amor recíproco que había contagiado a todos”
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