Palabra de vida – Marzo 2013

 
“El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra” (Jn 8,7)

MARZO 2013

“El que no tenga pecado,
que arroje la primera piedra”

(Jn 8,7)

 Mientras Jesús enseñaba en el Templo, los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y le dijeron: “Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?”.

Querían tenderle una trampa. En efecto, si Jesús se hubiera manifestado en contra de la lapidación, habrían podido acusarlo de ir contra la Ley. Según ésta, los testigos directos debían comenzar a arrojar las piedras sobre quien había pecado, seguidos luego por el pueblo. Si en cambio Jesús hubiera confirmado la sentencia de muerte, lo habrían puesto en contradicción con su enseñanza de la misericordia de Dios para con los pecadores.

Pero Jesús, que se inclinó para escribir con el dedo en el suelo, demostrando así su imperturbabilidad, se enderezó después y les dijo: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”.

Al oír estas palabras, los acusadores se retiraron uno tras otro, comenzando por los más ancianos. El Maestro, dirigiéndose a la mujer, le preguntó: “¿Dónde están tus acusadores?, ¿alguien te ha condenado?”. “Nadie, Señor”, respondió ella. “Yo tampoco te condeno. Vete, y no peques más en adelante”.

Con estas palabras, Jesús no se muestra ciertamente permisivo frente a un mal como el del adulterio. Sus palabras: “Vete, y no peques más en adelante”, expresan claramente cuál es el mandamiento de Dios.

Lo que quiere es desnudar la hipocresía del hombre que se coloca en juez de la hermana pecadora sin reconocerse a su vez pecador él mismo. Subrayando así, con sus palabras, la conocida sentencia: “No juzguen, para no ser juzgados” (Mateo 7, 1).

Hablando de esta manera, Jesús se dirige también a las personas que condenan a los otros sin más y no tienen en cuenta el arrepentimiento que puede surgir en el corazón del culpable. Y muestra claramente su comportamiento frente a quien falla: tiene misericordia. Cuando esos hombres se alejan de la adúltera, “quedan dos –dice Agustín, el obispo de Hipona–: la miseria y la misericordia”(1).

¿Cómo poner en práctica esta Palabra? Recordando frente a cualquier hermano nuestro, o hermana nuestra, que todos somos pecadores. Todos hemos pecado y, aunque nos parezca no haber incurrido en graves errores, tenemos que tener presente que podemos desconocer el peso de las circunstancias que indujeron a otros a caer y a alejarse de Dios. ¿Cómo nos hubiéramos comportado en su lugar?

Todos nosotros, a veces, hemos roto el vínculo de amor que debía unirnos a Dios y no le hemos sido fieles.

Si Jesús, el único hombre sin pecado, no arrojó la primera piedra contra la adúltera, no podemos hacerlo contra nadie.

Tenemos que tener misericordia para con todos, reaccionar contra ciertos impulsos que nos llevarían a condenar sin piedad; tenemos que saber perdonar y olvidar. No mantener en el corazón residuos de juicios o de resentimientos donde puede anidar la ira y el odio que nos alejan de los hermanos. Debemos ver a cada uno como si fuera nuevo.

Si tenemos en el corazón el amor y la misericordia, en lugar del juicio y de la condenación, ayudaremos a los demás a comenzar de nuevo, le daremos ánimo para recomenzar cada vez.

Chiara Lubich

 Palabra de vida publicada por primera vez en marzo de 1998.

1) Comentario al Evangelio de Juan 33, 5