“Aquella vez vine por dos naranjas”

 

Sabiendo que Norberto Cartechini ha sido co-responsable, durante un período, de la ciudadela, y después de varios años en otros destinos, ahora que ha vuelto a Mariápolis se lo ve tan feliz carreteando, montado en el tractor, manejando la motosierra o juntando las ramas de la poda junto a los jóvenes del equipo-parque, surge espontáneo preguntarle cómo, con su experiencia y edad, está viviendo este momento. 

“Quizás porque yo en la Mariápolis estuve varias veces. Ésta creo que es la quinta – responde -. Y aunque uno no lo advierta, cuando llega el momento de dar un paso te encuentras con que las circunstancias te habían preparado.  De hecho, últimamente encontré tiempo para leer cosas que tenía atrasadas. Entre ellas un tratado sobre organización empresarial donde alguien proponía 17 puntos para una gestión exitosa, y entre esos había uno que, me dije, éste me lo llevo a Mariápolis. Daba el ejemplo de un portaviones – aparato fabuloso, con miles de personas y decenas de departamentos, que requiere una gran coordinación – , donde un piloto, cuando realizaba su misión 47,  fue alcanzado por fuego enemigo, cayó prisionero por varios años, hasta que llegó la paz, volvió libre a su país y un día, mientras comía en un restaurante con su esposa, se le acerca un desconocido y le dice, “¿Usted es el teniente tal?”. “Sí”. “¿Fue abatido en su vuelo 47?”. “¿Cómo lo sabe…?”.  “Porque yo era el encargado de preparar los paracaídas”. Es decir, esta persona entre miles, que aparentemente hacía una tarea secundaria, era muy consciente del servicio que prestaba. Y el autor concluía: ‘para que todo funcione cada uno de nosotros en la empresa tendría que estar predispuesto a preparar el paracaídas para sus compañeros’. Pensando en mi regreso a Mariápolis, lo del paracaídas lo tomé casi como un lema, que no venía de ningún texto bíblico, pero le daba sentido a la realidad. Mi tarea no va a ser la del piloto, pero puedo hacer paracaídas. Y las circunstancias me pusieron frente a varias ocasiones, como la de ocuparme del parque, yo que hacía añares no tocaba una pala…”.

Si es la quinta vez, comencemos por la  primera, entonces.

“Se podría decir que conocí este ideal viniendo aquí, adolescente, en 1969. De mi madre, mujer de campo con una vida interior muy linda, había heredado una hermosa relación con la naturaleza, con lo trascendente, con las devociones, con los pobres, despertándome la sensación de que Dios esperaba algo de mí. Cuando me hice más grande un compañero me invita a un retiro, que justamente se hacía acá. 1969. Llegamos con el grupo y, ya al bajar de la camioneta sentí como que había llegado el momento. Por eso la Mariápolis es mucho más que un lugar, es como una vocación, y venir ahora ha sido casi como si llegara por primera vez. Más adelante vine un período a probar esta vida de fraternidad se puede decir que ‘por dos naranjas’. Por supuesto luego hay mucha historia, otra comprensión y también esto ha cambiado mucho,  la vida va adelante, procesos que continúan y que generan nuevas cosas.

 ¿Cómo es eso de las dos naranjas?

Fue cuando estudiaba Agronomía en Rosario, años agitados, facultad tomada, asambleas, marchas en la calle, mucho discurso ideológico que yo no compraba. Un día en la cola del comedor universitario tenía delante uno de los dirigentes estudiantiles que más declamaban la justicia social. Cuando nos tocó el turno nos servimos lo que había, que nunca alcanzaba para todos y a los últimos les quedaba cada vez menos, pero al llegar al cajón de la fruta este compañero se agarra dos naranjas. Me chocó la incoherencia, y pensé: si no reacciono pronto, también yo en el futuro me voy a quedar con la naranja de alguien. Cortemos por lo sano, y me vine acá. Realmente un cambio de vida. Apenas llegué terminaron todas mis búsquedas, la realización personal, mis conflictos pasaron a segundo plano. Y acá, aunque sabía muy poco de campo, pura teoría, me pasaba el día arriba del tractor arando, me ocupaba del tambo, mientras iba aprendiendo.

 ¿Cómo lo estás viviendo ahora?

Con mucha simplicidad, entusiasmo, muy desafiante, muy creativo, cada día es una tarea nueva, armar el equipo con los jóvenes, chicas y chicos. Mi experiencia de la Mariápolis ha sido sobre todo laboral y no me cabe que el trabajo se tome como un pasatiempo, sino que conserve el espíritu de construir, atención a las pautas, los tiempos, los estados de ánimo, acompañar para que tenga el sentido más profundo. Capacitación. Casi como una tarea docente, que renueva mucho.

Cierto que también te das tus gustos, porque si una cosa te caracteriza es verte arriba de alguna máquina. El sueño del pibe…

En realidad, no sé por qué…, es como algo que te desconecta. Gustos…En realidad no sé lo que me gusta. Este año, por ejemplo, no salí de vacaciones, pero la verdad que no siento la falta, porque tampoco sabría qué hacer en las vacaciones. Basta poco, en realidad el presente, esa idea, un pensamiento, un paisaje… Basta nada. Creo que Borges decía que, en el día, todos los días uno hace la experiencia de lo eterno. Y yo he visto que cada tanto, en el día se abrió la ventana y paf, eso te ilumina, te llena… el encuentro con una persona, una mirada, no se necesita mucho para ser feliz aquí.

El otoño aquí es formidable, este contacto con la naturaleza te debe decir algo…

Yo creo que lo que es formidable acá son las estaciones. La naturaleza tiene sus ciclos. Se aprende no sólo a preparar sino también a esperar las estaciones. Nosotros estamos ahora con el coronavirus, el aislamiento, no sabemos cómo va a seguir el mundo, los jóvenes tienen sus proyectos, sus planes, que se realizan, que no se realizan, pero la naturaleza es continua y los ritmos vuelven a repetirse. En el invierno anida la primavera y en la muerte anida la vida y nosotros transitamos el tiempo, en verano preparamos el otoño, cambia el follaje, el otoño inventa una fiesta de colores, como si devolvieran todo el sol que recibieron durante el verano. Recuerdo, cuando era chico, había un licor de huevo dorado, que uno agitaba y brillaban un montón de escamitas doradas que caían, como una lluvia dorada. La Mariápolis está como vestida de oro en distintas tonalidades. Y mayo, junio, julio, agosto, meses sin erres, de poda y rosas…

Y, al mismo tiempo, ahora, la pandemia.

La pandemia te saca de la zona de confort y no hay que desaprovechar las oportunidades de las crisis. Creo que aquí hemos podido reconocer varias oportunidades que las estamos aprovechando, a nivel de comunión, de integración, nuevas ideas, a lo mejor serán cosas transitorias pero ponen en movimiento una sabia que estimula la creatividad. Lo lindo de la Mariápolis es que cada día es un desafío, planificar, construir, sostener, ayudar a descubrir la belleza que cada momento tiene, invol

ucrarse, no deja espacio.

 ¿Habiéndola conocido en tantos aspectos, cómo definirías entonces la Mariápolis?

Entre tantas definiciones, habiendo vivido tantas crisis de nuestra sociedad con procesos que se interrumpen y se abortan, ver que la Mariápolis crece, ha crecido en todos estos años… ¿cómo? Porque la fuerza, los recursos, los proyectos han estado seguramente, pero lo que se destaca es una intervención constante de Dios, que nos sorprende… Por eso la definiría como un milagro.

 

Tus deseos para este milagro.

La pandemia una cosa que plantea es la continuidad de las cosas. Estar desprendidos, eso es lo que deseo. ¿Deberá seguir todo siempre así, incluso la Mariápolis? Hay que desapegarse. Lo que nos decía en su momento nuestro obispo, Agustín Radrizzani, que admiraba en nosotros la capacidad de desapegarse, por Dios, de las obras de Dios. Por supuesto que los proyectos se lleven adelante, con pasión, pero también con desprendimiento, la libertad de los hijos de Dios.

Hemos tocado un punto extremo, y su respuesta parece poner en evidencia que, cuando el vuelo entra en emergencia, Norberto es un especialista en preparar el paracaídas para garantizar que esta historia continúe, con nueva vitalidad, al tocar tierra, más allá de cualquier catástrofe humanitaria.