“¿Y nosotros…, por qué no?”

 

Tras sentirse llamados a poner el hombro en la construcción de la ciudadela una joven familia de Mendoza hace el balance de los tres meses que ya llevan integrados de lleno en la vida de la Mariápolis Lía

“Preguntarle a un mendocino cómo están ahora sus pagos– me advierte Fernando Morales – es tomarse un tiempo para escuchar”. “Hoy Mendoza amaneció hermosa, soleada… – interviene con su informe Andrea, la esposa, y amplía – , otoño allí es una estación privilegiada, finaliza la vendimia, los últimos trabajadores golondrina recorren las hileras de pámpanos amarillos, rojos, violeta, comienza la elaboración del vino, los envasados… Tierra laboriosa, todo lo que produce ha sido trabajado por el hombre, detrás de cada árbol hay alguien que lo cuida, y el sonido del agua que corre por las acequias… “

Y de un  lugar tan lindo– interrumpo – , que además está al pie de la Cordillera, el cruce de los Andes,  ¿Cómo se les ocurrió venirse para aquí, la pampa húmeda…?

F: En realidad hemos venido a Mariápolis porque, es cierto, está en la pampa húmeda, pero más la llevamos en el corazón, conocemos sus orígenes, en distintos momentos hemos podido disfrutarla, sentimos que nos ha construido personalmente y como familia, compartimos sus objetivos, sabemos también el esfuerzo que implica sostenerla y ahora se nos dio la oportunidad de venir a construirla también nosotros, poniendo el hombro”.

¿Una decisión inesperada?

A: Creo que fue un llamado, al cierre del  último reencuentro de familias que a lo largo de más de 20 años hemos ido pasando por aquí. Cuando se ponían en común los frutos de esa experiencia un matrimonio dejó picando la idea de venir por un tiempo, como ya lo están haciendo ellos desde hace años, a establecerse en la ciudadela y poner el cuerpo para sostener toda esta vida que aquí se genera. Allí mismo fue espontáneo mirarnos con Fer “Y  nosotros… ¿por qué no?”. Nos resonaba en el alma como la promesa bíblica “te llevaré a otras tierras y te hablaré al corazón”. Por eso muy pronto fue dejar casa y venir.

¿Todo tan fácil, seguro, inmediato…?

F: No, primero hubo que discernir si era un llamado o un capricho nuestro, así que lo consultamos con amigos, personas responsables y sobre todo en familia.  Tenemos cuatro hijos, Lautaro (23), Mailén (que está en el Cielo), Unelén (13), y Nehuén (11), nuestra pequeña tribu. Por supuesto, también con Mariápolis, para ver si era el momento y si era un aporte concreto. Los más chicos, adhesión inmediata. Lautaro empezaba la Facultad, amistades, con más cuidado, casi inmediatamente. Todo se alineaba, hasta el costo de viaje, porque la última  semana me salieron varios trabajos. Después, otras dificultades, a medida que se resolvían eran otro indicador. Sin duda, hubo también que desprenderse, teníamos la huerta, ‘pero, no nos vamos a quedar por la huerta’. Y partimos con lo indispensable, por un mes, y veríamos…

¿Y qué vieron? Porque ya va a hacer tres meses que llegaron…

A: Antes de partir le conté a los chicos que yo había vivido un período de formación aquí con otros jóvenes, en el  90-91, y teníamos la  costumbre de los `boom’, regalos clandestinos que dejábamos en la puerta de las casas. Les entusiasmó la idea y nos vinimos con una buena provisión de pochoclos con esa intención. Ya el primer día, impacientes, fueron con su sorpresa a la casa más cercana. “Pero yo no quiero dejarlo detrás de la puerta, quiero que me vean, saludar, contarles quien soy”, dijo Nehuén. Se conocieron y volvieron felices. Cuestión que al rato llegan los de la casa también con regalos, un cartel de bienvenida con sus nombres y una frase: ”Hacerle al otro lo que te gustaría que te hicieran a ti”.  Todo un programa. Eso es lo primero que vimos.

F: También vimos que además de la casa, me habían preparado un lugar especial para conectarme a mi trabajo de manera remota. Luego, justamente en esos días había llegado la fibra óptica y, como técnico informático, de entrada pude colaborar en la reorganización de la red interna, que es mi especialidad.

A: Estábamos dispuestos a cualquier tarea, aunque fuera juntar hojas en las tardes… Por la mañana soy docente, por el inicio del año escolar de los más chicos, y por la tarde disponible para el mantenimiento  para casas de huéspedes. Lautaro mantiene su trabajo online y aporta en las actividades de los jóvenes.

Además muy pronto comenzaron a ser la voz cantante de la Mariápolis

A: Era una de nuestras posibilidades de donarnos. Siempre hemos cantado juntos, tanto que con Fer nos conocimos cantando. Llegaba Pascua y al coro le vinieron bien nuestras voces, así que la vivimos involucrados como nunca en primera persona, con el regalo de que, el Domingo de Resurrección, Nehuén hizo su primera comunión acompañado por todos los habitantes de la ciudadela. Fue vivir la Pascua en plenitud.

F: Otra cosa es ver a los más chicos después de un año de estar guardados en casa, o con salidas muy limitadas, aquí, hechas las tareas por la mañana y, protocolo mediante, andan  por todos los rincones, las bicicletas no paran, tranquilos, seguros, gustando de la naturaleza, jugando con los hijos de las otras familias… Tanto que una de las cosas que más nos cuesta es pensar en la vuelta.

A: Integrados con todos, tanto que cuando vuelven a la noche y rezamos juntos, “Mami hay que pedir por éste, por aquél, hay que estar atento a tal situación…”,  y nos han dilatado también el corazón a todo lo que aquí se vive. Como les expliqué que, por la edad, no podían hacer un trabajo formal, uno me propuso si no podía repartir un cartelito, “me ofrezco a barrer”, para que supieran que estaba disponible, “por supuesto, gratis, para construir”. Cuando llegamos estaba finalizando la cosecha del maíz y quedaban mazorcas en el campo. Fueron a juntarlas, desgranarlas y ponerlas en bolsitas para chicos de los comedores. También para vender a los visitantes y donar el dinero. Lo mismo con salsa de tomates remanentes de los invernaderos.

Pasó el mes y siguieron. ¿Otra vez “y nosotros…, por qué no”?

F: En realidad fueron los chicos, “¿a qué volvemos en pandemia, a encerrarnos en casa? Aquí estamos comunicados, cuidados, podemos donarnos”. Un argumento nuestro era que se venía el frío y no habíamos traído ropa de abrigo. ‘Pidamos a alguien que venga de Mendoza’. Era medio alocado. Lo dijeron a las 20. A las 21 nos entró un mensaje de alguien que venía de allí… En fin, nos sentimos no solo abrigados, sino cobijados por la Providencia.

A: Algo que nos impactó, apenas llegamos, fue asistir a la instalación de los paneles de células fotovoltaicas, donde incluso Fernando pudo dar una mano en la conexión. Al principio confieso que me pareció que esos artefactos quedaban demasiado a la vista, pero después, con otra mirada, los vi casi como un monumento a la energía limpia, tanto que le fui a sacar fotos, un testimonio de un proyecto largamente soñado.

F: Hemos visto también la integración tan linda y tan sana entre nacionalidades, edades, vocaciones, profesiones, trabajos, responsabilidades repartidas y compartidas en todos los sectores. Con alguna perla, como el esperado nacimiento de Catalina, hija de Luly y Germán, que con Juan Martín, son la familia más joven de la ciudadela, y  luego su bautismo acompañado por de toda la gran familia de la Mariápolis.  En fin, un verdadero laboratorio de familia universal ideal para la formación de los jóvenes, que también este año han podido venir en buen número, a pesar de la difícil situación que se vive.

Haciendo un balance, y pensando en otras familias que pudieran venir, ¿Qué requisitos les parece que, para ustedes, ha sido importante tener en cuenta?

A: Yo diría que, por de pronto, sentirnos interpelados, lanzarnos y tratar de no agarrarnos de nada. Hacer la prueba de jugarnos.

F: Claro, nosotros vinimos sin esperar nada y por eso encontramos todo. Además la dinamicidad que tiene este proyecto de sociedad ideal cubre cosas que uno no tiene ni pensado. Hay la predisposición de facilitarnos la vida a todos. En todo caso, la disposición en el corazón a construir. Si voy a construir una casa, no espero que si corro un poco la tierra van a aparecer los cimientos. Tengo que cavar, hacer yo los cimientos.

A: Uno comprueba que aquí, en el fondo, todo pasa por las relaciones que uno va estableciendo en cada momento, porque en los trabajos, la calle, la vida cotidiana te encontrás con las mismas personas. Si uno no está en la dinámica de misericordia, de saber que el otro también está en camino y en el mismo proceso que vos, las mismas luchas y las mismas búsquedas, estás en el horno. Las relaciones se construyen y se reconstruyen continuamente. Eso es lo fundamental

F: No es como un limbo, donde todo es bonito, sino que está construida por personas que también tienen sus días buenos y malos, sus historias. La diferencia es que aquí está en la base el acuerdo de resolver las cosas en unidad. No se puede obviar ese requisito. Por otra parte es como un laboratorio donde se experimenta la fórmula de la unidad para poder aplicarla luego afuera. Algunos tienen que dedicarse a sostener el laboratorio, para que otros pasen, aprendan a hacer el experimento y lo apliquen afuera.

A: Es una opción, porque es cierto, no puedo negarlo, extraño Mendoza, donde hay cosas que desde aquí no las puedo hacer… Se trata de una decisión.

F: También se extrañan las relaciones, los afectos, las amistades… Pero, dejás una y te encontrás cien. O el temor a la rutina, pero está en uno recrearse, la creatividad forma parte de la construcción.

H.R.

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