«Siempre habíamos deseado tener una familia amplia», dicen Corrado y Elisabetta Ferri. Pero para quien ya tiene cinco hijos, de edades comprendidas entre los 10 y los 21 años, ampliar la familia adquiere otro valor: significa abrir el corazón a los problemas del mundo, y esto no se hace sin sacrificios.
Corrado y Elisabetta están casados desde hace 24 años y, viendo crecer a sus hijos rodeados de ese amor que sólo el calor familiar sabe donar, han deseado ayudar a quien no tiene ese afecto.
«Por eso – nos cuentan –  apenas lo permitieron nuestras condiciones económicas, hemos adherido a uno de los proyectos de Ayuda a Distancia (SAD) de la Asociación AFNOnlus y hemos acogido a Athiphong, un niño tailandés». Después de veinte años de sostenerlo y de una intensa correspondencia con él, Athiphong, ya adulto, encontró un trabajo y, gracias a los estudios emprendidos, hoy ya puede sostener a su nueva familia y también a la de origen. «Un año pudimos redondear un poco la cantidad que enviábamos como aporte, poca cosa en realidad, pero fue conmovedor saber que, con aquel pequeño extra, la familia de Athiphong había podido «pavimentar» con cemento el interior de su modesta vivienda, levantando la admiración y la aprobación también de los vecinos».

Ahora que Athiphong se ha independizado, la familia Ferri ha decidido sostener a una muchacha tailandesa.

Después de haber vivido esta experiencia y habiendo crecido en un ambiente en que se vive la solidaridad y el compartir, los hijos de Corrado y Elisabetta han decidido juntar todos los ahorros obtenidos con los cumpleaños y las fiestas de cada uno, para concentrarlos en un nuevo proyecto. Esto ha hecho posible la llegada de Maleta, un estupendo niño congolés. «¡Qué sorpresa y que carcajadas hemos dado cuando, hace algunas Navidades, nos llegó la habitual cartita con foto, en la cual Maleta, junto con un simpático grupo de coetáneos, lucían orgullosos las camisetas del equipo de futbol italiano, del que todos nosotros somos hinchas en nuestra familia». De esta forma, el vínculo familiar no conoce distancias y todos comparten las vivencias, incluso dolorosas, de Maleta, el cual, al trasladarse a otra ciudad con su tía, ha sido acompañado por el recuerdo y las oraciones de sus papás y hermanos lejanos.

«Ahora nuestros hijos, todos juntos, sostienen al pequeño Nzata».

 Quien ha continuado esta extraordinaria cadena de solidaridad, ha sido Eduardo, el segundo hijo. «Cuando se diplomó con la nota máxima, participó en un concurso. Ganó el primer premio y una beca de estudios en dinero de una cierta importancia: Nosotros en la familia  –  cuenta Corrado y Elisabetta – estábamos tan orgullosos de él y del excelente resultado obtenido con gran esfuerzo, que insistíamos para que se quedara esa suma para él, pues la había merecido. Pero él quiso pensarlo durante algunos días y, después, con una cierta sorpresa por nuestra parte, nos dijo que con gusto iba a destinar la suma a un niño, en un nuevo proyecto de ayuda a distancia, suyo personal. Fue así que ahora ha llegado a nuestra familia una niña de Jordania».

Y terminan con convicción: «Creemos que este corazón dilatado nos ha hecho bien a nosotros y a nuestros hijos y que el amor que se da, siempre vuelve con abundancia».

 

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