Una carta escondida
La esposa de un amigo, Sandra, había caído en un estado de postración tan fuerte que no quería hablar con nadie. Toda la familia se sentía afectada. No sabía cómo ayudarla. Una mañana le pedí a Dios que me diera una oportunidad para hacer algo. En la tarde recibí de regalo un elegante plato de cerámica con chocolates, muy bien confeccionado. Pensando que podía ser un regalo que a Sandra le gustaría, se lo mandé. Poco después, Sandra me llamó, riendo: “Me mandas regalos reciclados: en medio del regalo encontré una carta dirigida a ti”. Comencé a reírme también yo y la llamada se hizo larga, a corazón abierto.  Sandra me confesó sus miedos y yo la animé a compartirlos con su familia. Algunos días después mi amigo me dijo que Sandra había comenzado un diálogo nuevo con su madre y sus hermanas, y que algo había cambiado en ella.
T. M. – Eslovaquia

Cacerolas de calidad
Conocí a una joven pareja de casados, que recientemente se habían trasladado a Canadá. No tenían medios económicos y buscaban un trabajo. Un día me pregunté qué podía darles que les fuera útil. Abriendo el armario de la cocina vi mi cacerola preferida que funciona muy bien porque es de calidad. Advertí que Jesús me invitaba a desapegarme de ella y, después de haberla lustrado, invité a la pareja a cenar y se la regalé. Ambos estaban muy felices. Días después vino mi padre a visitarme: en el porta equipajes de su auto había un regalo para mí. Él no sabía lo que era, porque era un regalo que me mandaba mi hermana. Abriéndolo, vi que era un set de tres cacerolas de la mejor calidad, y la más grande tenía la misma medida de la que yo había regalado.
C. K. – Australia

Esperanza
Era una mujer de la calle. Los momentos más difíciles que vivía era los días feriados: allí sentía una soledad que nadie podía colmar. Un día, mientras me encaminaba rápidamente hacia la parada del ómnibus, un joven desde la ventana de un auto me preguntó si tenía necesidad de ir a algún lado. Me tranquilizó diciéndome que no se había detenido por otro motivo. Ese gesto me sacudió y acepté. En el auto le pregunté por qué lo había hecho y como respuesta me regaló un librito, el Evangelio. En casa, sentí el impulso de leerlo y avanzando en la lectura, sentí que renacía dentro mí una nueva esperanza. En seguida le pedí a un sacerdote si le podía hablar. Así recomencé mi vida.
N. N. – Italia

Alquiler
No sabiendo cómo pagar el alquiler mensual, mi marido y yo nos pusimos a rezar con fe. Esa misma noche se presentó el propietario para cobrar el dinero. Era un jueves. Cuando le pedí que volviera el sábado (no sé por qué pero yo estaba segura de que ese día habríamos podido pagar), él aceptó. Rezamos más aún, junto con nuestros seis hijos. El viernes de mañana nos visitó un conocido nuestro, un compatriota. Al despedirse, me dio un sobre. Tenía 4 mil chelines. Estábamos impresionados y felices: además de pagar el alquiler podíamos también comprar alimentos para comer.
F. P. – Kenia

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