Chiara Lubich y sus primeras compañeras, durante la guerra, tomaron la costumbre de encontrarse en los refugios antiaéreos, apenas sonaba la sirena que anunciaba un nuevo bombardeo. Era demasiado fuerte el deseo de estar juntas, de descubrir formas siempre nuevas de ser cristianas, de poner en práctica el Evangelio, después de la intuición fulgurante que las llevó a poner a Dios en el centro de sus intereses, en el centro –único y absoluto– de sus jóvenes vidas.

«Cada acontecimiento nos impactaba profundamente –comentará años más tarde Chiara. La lección que Dios nos ofrecía mediante las circunstancias era clara: todo es vanidad de vanidades, todo pasa.  Sin embargo, al mismo tiempo, Dios ponía en mi corazón, para todas,  una pregunta y con ésta la respuesta: “¿Existirá un ideal que no muera, que ninguna bomba pueda destruir al que podamos donarnos completamente?”. Sí, Dios. Decidimos hacer de Él el ideal de nuestra vida»

En el 2000 Chiara escribe: «Dios. Dios, que en medio del furor de la guerra, fruto del odio, bajo la acción de una gracia especial, se manifestó por lo que  realmente es: amor. La primera idea central sobre la que el Espíritu ha construido esta espiritualidad ha sido: Dios Amor (Cf. 1 Jn. 4,8).

¡Qué transformación produce en las personas esta verdad, comprendida de manera completamente nueva, al contacto con el carisma del Movimiento! La vida cristiana practicada anteriormente, aún siendo coherente, en comparación  parecía ensombrecida de orfandad. Ahora, de hecho, habíamos descubierto que Dios es amor, Dios es Padre. Nuestro corazón, habiendo vivido en el exilio de la noche de la vida, se abre y sube  y se une con Aquel que lo ama, que piensa en todo, que cuenta incluso los cabellos de nuestra cabeza.

Las circunstancias alegres o dolorosas adquieren un significado totalmente nuevo: todo está previsto y es querido por el amor de Dios. Ya nada puede darnos miedo. Es una fe apasionada, que fortifica, que nos hace exultar. Es una fe que conmueve a quien la experimenta por primera vez. Es un don de Dios que nos hace gritar: «Nosotros hemos creído en el amor (1 Gv4,16). Con la elección de Dios, que es amor, como ideal de la vida, se definía el primer punto cardinal, el primer paso de esta nueva espiritualidad que brotaba en nuestros corazones.  En consecuencia, habíamos encontrado por quién vivir, Dios amor».

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