Lanzados al infinito[1]
Los santos son grandes porque, habiendo visto en el Señor su propia grandeza, se juegan por Dios, como hijos suyos, todo lo que tienen. Dan sin pedir nada a cambio. Dan la vida, el alma, la alegría, todo vínculo terreno, toda riqueza. Libres y solos, lanzados al infinito esperan que el amor los introduzca en Reinos eternos; pero, ya en esta vida sienten llenarse el corazón de amor, del verdadero amor, del único amor que sacia, que consuela, de ese amor que traspasa los párpados del alma y da lágrimas nuevas. ¡Ah! Ningún hombre sabe lo que es un santo. Ha dado y ahora recibe; y un flujo continuo pasa entre Cielo y tierra, une la tierra al Cielo y fluye del abismo ebriedad única, linfa celestial, que no se detiene en el santo, sino que pasa a los cansados, los mortales, los ciegos y paralíticos del alma, y poda y riega, alivia, atrae y salva. Si quieres conocer el amor, pregúntaselo al santo.
Chiara Lubich
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