Dos historias, la del Focolar y la de los Estados Unidos. En Trento, en un refugio antiaéreo en 1944, Chiara Lubich y otras jóvenes mujeres redescubren como meta de sus vidas ese pasaje del Evangelio: “Que todos sean uno” (Jn. 17, 21), 150 años antes, los fundadores de los Estados Unidos escriben en la bandera “E pluribus unum”, de muchos uno. Las dos frases indican una tensión fundamental: tener en cuenta las diversidades, aspirando a la unidad.

La introducción del volumen “Focolare: living a Spirituality of Unity in the United States”, Thomas Masters, Amy Uelmen – New City Press (NY 2011), nos presenta enseguida seis cuadros de jóvenes que ponen en práctica la espiritualidad. Como Rebecca, de Ohio, quien se sintió animada por la espiritualidad de la unidad a decidirse a prestar un servicio voluntario de ayuda a Sierra Leona. O Nick, quien creció en Baltimore, en Maryland, y después de terminar una maestría en asuntos internacionales se encontró en la situación de tener que confrontar su elección a favor del diálogo y la relación con los demás, con un ambiente fuertemente competitivo como el de la especialización universitaria.

Elisabeth una auténtica campeona de natación. Gracias a una jornada deportiva organizada en su ciudad Indiana, encontró el focolar: “Cuando estos muchachos que conocían el Focolar vinieron a mi escuela, me impresionó el tipo de interacción que había entre ellos. La variedad de culturas –para mí que crecí en la Indiana rural- esto provocó un fuerte impacto. Sentí que todo el mundo estaba en mi jardín”.

“No era fácil explicar a mis amigos quienes eran estas personas, la mayor parte de origen europeo, dónde íbamos y qué hacíamos” – cuenta Keith, crecida en un barrio negro de Nueva York. Pero con ellos todo era especial, me sentía atraída. Hacía las mismas cosas que en casa con mis amigos: deporte, juegos, pero había un clima distinto, tratábamos de querernos”.

La ciudadela de los Focolares en Hyde Park, Nueva York – Mariápolis Luminosa – ofrece  programas veraniegos de formación para adolescentes. Naomi, una chica de dieciséis años de  Chicago, cuenta: “Antes de ir a la Luminosa era la típica adolescente: escuela, amigos, compras, diversión. Me resultaba difícil pensar en los demás. Bien, todo esto cambió. Volviendo a casa, empecé a compartir mis cosas, tendía la cama en la mañana, trataba de preparar al menos una vez al día la comida, escuchaba a mi hermanito de 8 años, en la escuela trataba de ser sociable con todos, ya no iba a las tiendas donde una camiseta costaba 100 dólares. Trataba de hacer todo por Dios, de hacer que fuera feliz. Entonces mi mamá se preguntó qué había sucedido”.

Por último David, de Nueva York, conoció el Focolar durante la JMJ del 2002 en Toronto. Para él ha significado no encerrarse en prácticas “devocionales”, sino tratar de poner en primer lugar el amor a Dios y al prójimo. “Redescubriendo así mi fe, sentí el llamado del Espíritu Santo a ser sacerdote, y ahora estoy en el seminario”.

Las seis experiencias reportadas sugieren que la espiritualidad de los Focolares puede ser mejor entendida mediante el ejemplo de quienes tratan de ponerla en práctica. A partir de la vida de Chiara Lubich y de aquellos primeros que se unieron a su camino, sigue el ejemplo de estadounidenses jóvenes, adultos, familias, este libro cuenta una experiencia compartida de vidas transformadas – en forma única, como es única cada persona, y al mismo tiempo igual- por la luz del amor de Dios.

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