Tal vez nada explique mejor los inicios de los Focolares que las palabras de los discípulos de Jesús a los discípulos de Emaús: “¿No nos ardía el corazón cuando nos hablaba por el camino?” (Lc 24, 32).

Esta experiencia es esencial para quienes se refieren a la espiritualidad de la unidad. Porque nada tiene valor en el movimiento si no se busca y se obtiene la presencia prometida por Jesús entre los suyos – «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20) – una presencia que vivífica, que amplía los horizontes, que consuela y que estimula a la caridad y la verdad y que hace decir con infinita nostalgia, cuando se ha experimentado: «Quédate con nosotros, Señor, porque se hace tarde» (Lc 27,29).

Escribía Chiara Lubich: “Habiendo puesto en práctica el amor recíproco, sentimos en nuestra vida una nueva seguridad, una voluntad más decidida, una plenitud de vida. ¿Cómo era posible? Pronto resultó evidente: por este amor se realizaban entre nosotras las palabras de Jesús: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre [o sea, en mi amor], allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20).

“Jesús, silenciosamente, se había introducido como hermano invisible en nuestro grupo. Y ahora la fuente del amor y de la luz estaba allí presente en medio de nosotras. Ya no quisimos perderlo. Y comprendíamos mejor lo que podía ser su presencia cuando, por una falta nuestra, la perdíamos”.

“Más bien, igual que un náufrago se aferra a cualquier cosa para poder salvarse, también nosotras buscábamos cualquier método sugerido por el Evangelio para poder recomponer la unidad rota. Y así como dos troncos cruzados alimentan un fuego consumiéndose a sí mismos, de igual modo, si queríamos vivir con Jesús constantemente presente en medio de nosotras, era necesario vivir en cada momento todas las virtudes (paciencia, prudencia, mansedumbre, pobreza, pureza…) que se nos piden para que la unidad sobrenatural con los hermanos no decaiga. Comprendíamos que Jesús en medio de nosotras no era un estado adquirido de una vez para siempre, porque Jesús es vida, es dinamismo (…). ”

“Donde dos o más:
estas palabras divinas y misteriosas, muy a menudo, al ponerlas en práctica, nos parecieron maravillosas. Donde dos o más… y Jesús no especifica quién. Deja el anonimato. Donde dos o más… sean quienes sean: dos o más pecadores arrepentidos que se unen en su nombre; dos o más chicas, como éramos nosotras; dos de los cuales uno es mayor y el otro pequeño… Donde dos o más… Y al vivirlas, hemos visto caer barreras en todos los frentes. Donde dos o más… de patrias distintas: y caían los nacionalismos. Donde dos o más… incluso entre personas que de por sí se han considerado siempre opuestas por cultura, clase, edad… Todos podían, o mejor, debían unirse en el nombre de Cristo (…).”

“Jesús en medio de nosotros: fue una experiencia formidable. Su presencia premiaba sobreabundantemente cualquier sacrificio que hiciésemos, justificaba todos nuestros pasos por este camino, hacia él y por él, daba un sentido justo a las cosas y a las circunstancias, aliviaba los dolores, tem-plaba la demasiada alegría. Y todo aquel de entre nosotros que, sin sutilezas ni razonamientos, creía en sus palabras con el encanto de un niño y las ponía en práctica, gozaba de este paraíso anticipado que es el reino de Dios en medio de los hombres unidos en su nombre.”

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