Pentecost-a« Es increíble lo que el Espíritu Santo realiza: miren a los apóstoles. La Iglesia había sido fundada por Jesús en la cruz, pero en realidad ellos estaban atónitos, tímidos, asustados, encerrados en casa. Desciende el Espíritu Santo y helos ahí con un valor inmenso por las calles y plazas hablando con un fuego tal, que parecían ebrios: afrontan intrépidos todas las persecuciones y se lanzan por el mundo.

Éste es un ejemplo, si bien de extraordinaria magnitud, de lo que realiza este Espíritu divino. Por no hablar de todo lo que ha sucedido bajo su impulso durante 20 siglos de vida de la Iglesia: milagros de luz, de gracia, de transformación, de renovación. Pensemos en los Concilios, pensemos también en los distintos Movimientos espirituales que siempre suscitó en el momento oportuno […].

Aunque con las debidas proporciones, ¿no ha sucedido algo similar también en nuestra Obra, también en nosotros, cuando este Espíritu divino nos revistió con el don de uno de sus carismas?

¿Qué horizonte tenía nuestra vida, antes de que eso sucediera, sino el de personas que no veían más allá de su propio barrio, con afectos limitados casi exclusivamente al ámbito de la propia familia […].

Si poco o mucho se ha renovado a nuestro alrededor, ¿acaso no es por obra del Espíritu Santo, que sabe renovar la faz de la Tierra? Sí, ha sido Él. Es misión suya mover e impulsar las cosas, hacer trabajar la gracia, la vida divina que Jesús nos procuró. Es característica suya infundir fuerza y ánimo. Entonces, si es así, si le debemos tanto, tenemos que dejar más espacio al Espíritu Santo en nuestra vida. […].

Que éste sea, por tanto, el pensamiento que ilumina nuestro próximo camino: «Honremos al Espíritu Santo amando, respetando y sirviendo a cada prójimo nuestro». (15/9/1983)

«¿El Espíritu Santo está dentro de nosotros? ¿Habla a nuestro corazón? Seamos discípulos atentos y asiduos de este gran Maestro. Prestemos atención a sus misteriosos y delicadísimos toques, no desperdiciemos ninguna de sus posibles inspiraciones […].

Recordemos que las ideas que florecen en la mente de una persona que se ha propuesto amar, son a menudo inspiraciones del Espíritu Santo. Y, ¿para qué nos las da? Para beneficiarnos a nosotros y al mundo a través de nosotros, con el fin de que llevemos adelante nuestra revolución de amor.

Atención pues: cada idea, sobre todo si creemos que puede ser una inspiración, considerémosla como una responsabilidad que hay que acoger y poner en práctica. Haciendo así, habremos encontrado un modo excelente para amar, honrar y agradecer al Espíritu Santo». (1/9/1983)

Chiara Lubich, de LA VIDA UN VIAJE –  Ciudad Nueva, 1984, págs. 126-129

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