¡Chiara 4Te he encontrado en muchos lugares, Señor!
Te he sentido palpitar
en el silencio profundo
de una ermita alpina,
en la penumbra del sagrario
de una catedral vacía,
en el palpitar unánime
de una muchedumbre que te ama
y llena las arcadas de tu iglesia
de cantos y de amor.
Te he encontrado en la alegría.
Te he hablado
más allá del firmamento estrellado,
mientras, de noche y en silencio,
volvía del trabajo a casa.
Te busco y a menudo te encuentro.
Pero donde siempre te encuentro
es en el dolor.
Un dolor, cualquier dolor,
es como el sonido de la campanilla
que llama a la esposa de Dios a la oración.

Cuando aparece la sombra de la cruz,
el alma se recoge
en el sagrario de su intimidad
y, olvidando el tintineo de la campana,
te «ve» y te habla.
Eres Tú, que vienes a visitarme.
Soy yo que te respondo:
«Heme aquí, Señor. Te quiero. Te he querido».
Y en este encuentro
mi alma no siente su dolor,
sino que está como embriagada por tu amor,
invadida por ti, impregnada de ti:
yo en ti, Tú en mí,
a fin de que seamos uno.
Luego, abro de nuevo los ojos a la vida,
a la vida menos verdadera,
divinamente aguerrida,
para conducir tu guerra.

De Chiara Lubich, “La doctrina espiritual”, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2002, págs.140-141.

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