20170916-01El imprevisto
Esperábamos nuestro primer niño.  Enseguida después de saberlo, un imprevisto: me encontraron un pequeño nódulo en el seno.  Los exámenes pusieron en evidencia de que se trataba de un cáncer.  Para mí y para mi esposo, que es médico, fue un golpe duro.  Tres días después de la cita con el especialista fui operada.  Según su parecer tener el niño constituía un factor agravante: era necesario proceder a un aborto terapéutico para empezar la quimioterapia.  No queríamos resignarnos.  Confiando en Dios consultamos a otros médicos, buscando soluciones alternativas.  Al final decidimos hacer una cesárea en el séptimo mes de embarazo, cuando el niño estuviera en grado de sobrevivir.  Sólo después empezaría la quimio y la radioterapia.  Desde entonces han pasado 8 años y estoy esperando un tercer hijo.
M.D. – Francia

El desconocido
Un día iba en el automóvil cuando un hombre me pidió que lo llevara.  Era mediodía.  Le pregunté dónde iba a almorzar, y respondió: «No tengo ni una moneda en la bolsa y no sé cómo voy a hacer para comer».  Sentía sospechas y desconfianza.   Pero alejé esos pensamientos diciendo a Jesús: «No me importa quién es, lo que le hago a él te lo hago a ti».  Busqué en el bolsillo y le di lo que tenía, agregando, para no humillarlo: «Me lo devuelves cuando puedas». Algunos días después un cliente me trajo un sobre con la suma exacta de lo que le había dado al desconocido.  Me pareció ver en este hecho la confirmación de que el Evangelio es verdadero.
A.G. – Italia

Fiesta en familia
A distintas familias amigas se nos ocurrió organizar una gran fiesta para las personas de Senegal presentes en nuestra ciudad. Todos nosotros sentimos el compromiso de hacerles experimentar a estos jóvenes migrantes el calor de una familia.  Uno de ellos a un cierto punto señaló: «Todo ha ido más allá de nuestras expectativas. Ninguno de ustedes nos ha hecho sentir diferentes por eso nos sentimos en casa.  Tenemos el mismo Dios que nos hace hermanos». La fiesta terminó pero la amistad no.
G.L.- Italia

Tenemos un Padre
Nos volvimos a encontrar por casualidad después de muchos años.  No la veía desde que estaba en el colegio.  Debido a varios acontecimientos tristes, ella, licenciada en Matemática, se encontraba en mi ciudad sin dinero, viviendo en la calle.  La escuché, estaba desesperada.  En ese momento no tenía nada para darle, pero le prometí que la iba a ayudar, tenía que estar segura, porque – le dije- «Tenemos un Padre en el Cielo».  Nos dimos cita al día siguiente y mientras tanto, con la ayuda de otras personas, encontré un lugar donde podía estar temporalmente y recogimos una pequeña suma: al menos podría vivir, comer y asearse.  Dos días después regresó y me devolvió el dinero, me explicó que le habían ofrecido un trabajo donde tenía también comida y alojamiento.  Y agregó: «Debo darte las gracias, más que por el dinero, porque ese día me devolviste lo que más necesitaba: la esperanza y la certeza de que tengo un Padre que me cuida».
Franca – Italia

 

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