the-annunciation-1125149_1280-detail“Custodiaba todas estas palabras meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19)

Esta frase nos la dice Lucas en el pasaje de la maravillosa descripción de los pastores en Belén, en la gruta donde nació Jesús.

Fue un ángel quien indicó a los pastores el más grande acontecimiento: No tengan miedo pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David ha nacido para ustedes un Salvador” (Lc 2, 10-11).  Apenas llegaron “contaron lo que los ángeles les habían dicho del niño; todos los que escucharon a los pastores, quedaron maravillados de lo que decían. María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”.

San Lucas pone de relieve delicadamente el asombro exterior de los que estaban presentes en la gruta, pastores, tal vez habitantes de la pequeña ciudad palestina, al denso silencio de fe y de amor de María.

Las palabras de estos simples peregrinos en el primer santuario cristiano del mundo, penetran, en su alma, se conjugan con las otras revelaciones que había tenido y le hacen comprender cada vez mejor el misterio que se desarrolla bajo su mirada, y del cual ella participa como Madre de Dios.

Prontitud del alma de María a la palabra de Dios y amorosa custodia de los dones sagrados recibidos, que durante muchos años no revelará a nadie.

María comunica personalmente, tal vez sólo a san Lucas, esta actitud de su alma en los días del nacimiento del Salvador: solo Ella estaba en conocimiento de estos sentimientos.

La suavidad de las cosas de Dios, y de la cual todos tenemos especial necesidad. Con el ritmo angustiante y vertiginoso de la vida moderna, a veces existe el peligro de querer materializar todo, también la vida del espíritu.
El silencio, la humildad, la seguridad, la mansedumbre, la paciencia en las tribulaciones, nos pueden parecer virtudes, que no son actuales, que ya no tienen la capacidad de mostrar la presencia del cristianismo en este siglo.

Ante la agresividad de los malos y la potencia de sus medios, caemos en la tentación de subrayar la agresividad de los buenos, de sus capitales, de su potencia exterior. Se cree más en los altavoces que en la eficacia de una frase del Evangelio, se cree más en los discursos de los oradores que en el silencio meditativo de las almas consagradas a Dios.
Es el materialismo que trata de degradar los valores del espíritu, transformándolos en expresiones externas que después ya no tienen peso en medio del estruendo ensordecedor de los altos rumores que hay a nuestro alrededor.
Solo lo que es fruto del espíritu, lo que parte de nuestro amor profundo y personal hacia Dios, tiene valor en un mundo homogenizado por la materia.
Es por esto que también hoy la humanidad debe fijar su mirada en María» Pasquale Foresi,Parole di vita”, Ed. Città Nuova, Roma 1963 – pp.15, 16, 17

 

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